Muchas veces no somos conscientes del nivel de penetración del software. Cuando Galleguindio escribía sobre software diseñado específicamente para escritoras, sin haber visto las notas -sólo los títulos- pensaba «¿qué puede tener de distinto este software?». Será escepticismo puro, pero no. Un programa no se acaba en el uso que le demos habitualmente. Un programa se piensa, se diagrama, se diseña, pensando justamente en cómo se usa. A eso le llamamos arquitectura y diseño del software. Porque por más bueno que sea un programa, no tiene ninguna utilidad si la gente que tiene que usarlo no puede hacer lo que necesita y lo que queremos que haga con nuestro programa.
Así es que si diseñamos un programa para las personas que deben escribir y no tienen alternativas (porque no pueden no escribir), entonces podemos intentar disminuir desde el software todo aquello que puede evitar que cumplamos nuestro cometido. Así es que varios procesadores de texto no sólo nos permiten dividir en capítulos y estructurar nuestro texto, además buscan disminuir factores como la distracción o la procrastinación que atentan contra el objetivo que nos hemos puesto. Claramente, si estas características son incluidas sin el consentimiento de las usuarias, se trata de un movimiento de un autoritarismo deleznable, pero cuando somos las usuarias las que queremos usarlas la cosa es bien distintas.
Seguramente te ha pasado de comenzar con algún proyecto y crear un grupo de email para intercambiar información y organizar la acción en un equipo de trabajo. Seguramente además estés presa de alguno de los softwares que han desarrollado las empresas que venden la identidad de las personas en Internet. Pero estas aplicaciones son tan exageradamente genéricas que necesitan que integremos varias otras para poder dar el uso que necesitamos para trabajar como equipo. Así es que terminás encerrada detrás de GoogleDocs, Google Calendar, el procesador de textos de google y todo su set de herramientas en la nube.
Bueno, para situaciones así, hay herramientas específicas. Hoy te hablo de Trello, una suerte de tablón horizontal de anuncios pensado para poder organizar colectivamente el trabajo, sin repetir tareas innecesariamente, teniendo siempre a mano la última información de lo que se está haciendo y las indicaciones que requiera cada menester en particular. Claro, también hay lugar para debate y un sin fin de otros usos.
Trello permite crear tablas para organizar todo aquello en lo que estés trabajando. Lo podés usar sola, lo podés usar con compañeras, amigas o quien quieras, siempre colectivamente. Debo decir además que es completamente intuitiva y aunque no está traducida, tampoco emplea palabras que no sean triviales en el uso cotidiano de la computadora.
Para comenzar a usarla sólo tenés que ingresar en www.Trello.com, crearte una cuenta (algo tan simple como introducir tu email y comenzar a usar tu nuevo perfil en segundos) y crear un proyecto. Es un servicio gratuito, y no intenta que te loguees con alguna de tus cuentas de redes sociales, simplemente pide una dirección de correo válida, nada más.
Una vez dentro vas a ver una suerte de tablón con un post-it (una notita destacada). La app es tan intuitiva que hasta se hace algo difícil describirla: sólo hay que hacer unos clicks para organizarnos. El resultante es una tabla que pueden consultar todas las personas que estén en una organización y tengan acceso a la app, aunque hay algunas opciones de configuración que permiten establecer roles y cuestiones afines.
Trello dispone de una lista de tareas con la posibilidad de ir tildando las tareas finalizadas, permite hacer comentarios, subir fotos y vídeos e incluye la posibilidad de ver quién está trabajando en cada tarjeta, en caso de que estemos trabajando en simultáneo con otras integrantes.
No te digo más, porque lo interesante de Trello es utilizarla.
Como no podía ser de otra forma esta webapp cuenta con versiones móviles, algo que es de agradecer.
Dale una probadita.
¡Happy Hacking!