Hace unos meses, cerca de navidad, alguien me preguntó “¿Qué vas a hacer el 24?”. Demoré un poco en responder, la pregunta me descolocó un poco porque lo primero que pensé fue “Pero si estamos en diciembre… falta para el 24”. Y la verdad que el fallido que tuve me dolió y para colmo me dejó pensando.
Soy una orgullosa hija de ex presas políticas, José “Pepe” Lozano y Laura Botella, una pareja que se ama profundamente, que de chiquita me hizo comprender que habían estado presas, años, y que había sido por haber hecho algo bueno, algo que estaba bien: tratar de construir un mundo mejor. Mis viejas se ocuparon de no traspasar su sufrimiento a mi crianza y la de mis hermanas. El horror, el oprobio, la tortura, su sufrimiento durante el terrorismo de estado, no fueron parte de ese traspaso, aun sabiendo nosotras de ese sufrimiento. Sin embargo, podría contar innumerables anécdotas de las que mearse de risa un rato largo, claro, con el humor particular de quien ha vivido el espanto y no se ha dejado vencer, riendo.
De su paso por la cárcel me enseñaron que aprender a arreglar un calefón -encerradas y con un calefón imaginario- puede ser la forma de mantener el espíritu de una compañera que está en un pésimo momento. Que en el peor de los horrores, hay lugar para un campeonato de metáforas, para reciclar un canelón de acelga en panqueque con dulce de leche y paladear la rebeldía. Que en un caramelo cabe el correo y que la paloma viene con noticias. Me enseñaron que no hay rendija en el encierro por la que no pase el canto, el aliento, la caricia con la que el amor se esparce y llega a un pecho distante. Que una ensalada de frutas es un champán y que un jarro de aluminio agitado al viento puede aniquilar barrotes y kilómetros para estar juntas un año nuevo. Me enseñaron a dar pelea y no bajar los brazos aunque el alma esté hecha jirones, a hacer lo que corresponde aunque el cuerpo esté incendiado, aunque sientas que no te queda voluntad. A usar la vida como arma. A vivir propósito.
Cada 24 de marzo pienso en ellas, en sus compañeras, en las que no están, en que todavía queda mucho por juzgar, en que hay muchas bebés que continúan desaparecidas, en que hay muchas abuelas y madres que se fueron sin poder encontrarlas, pero que también hay muchas que han podido hacerlo, y cada paso que doy en la marcha, las llevo encima. A pesar de que hoy conmemoremos un día nefasto, lo vivo con alegría.
Hoy me acordé de aquel furcio con ‘el 24’ y luego de masticarlo un rato encontré, tal vez, el motivo: para mí ‘el 24’ es un día de unión, de compartir, de abrazos, de mate, de cantar, de reír y llorar, de encuentro con las personas que quiero, las que veo siempre y las que veo cada tanto, o las que veo sólo en esa ocasión. De homenaje y festejo, de recuerdo de las personas que no están, de reflexiones, de construcción.
Y tal vez resulte tétrico sentir así un 24 de marzo, pero me pasa que mis viejas, sus compañeras, las hijas de sus compañeras, sus madres, sus abuelas, me han enseñado también que la alegría es un arma revolucionaria. Para muestra, ahí andan esas viejas hermosas pateando tableros con 90 años y todo ese sufrimiento encima.
En estos días, mirando mi propio encierro, me es imposible no pensar en ellas y burlarme de mis crisis de ansiedad, de esta sensación de apocalipsis. Y me motivan a ponerle el pecho. Este es un 24 de marzo que nos encuentra en nuestras casas, luchando, a la espera del próximo abrazo.
Hasta que lo encontremos, aquí dejo el mío.
A 44 años del Golpe Cívico Militar Eclesiástico de 1976 en Argentina
¡NI OLVIDO NI PERDÓN!
¡30.000 Compañeros y Compañeras detenidos/as y desaparecidos/as!
¡PRESENTES!
¡AHORA Y SIEMPRE!