Netflix y Spotify: el negocio de impedir la cultura

el inexplicable suicidio de un payaso clow

Hay que decirle a la gente de Spotify, que su malvado plan para que dejemos de bajar música marcha muy bien. Tal vez no lo hayas notado, pero la proliferación de servicios de streaming de música y vídeo está en auge. ¿Por qué? Porque la gran industria de la cultura bursátil la está financiando, al menos eso parece. ¿Megaempresas financiando el arte? No, no lo hacen. Se financian a ellas mismas. ¿Cómo? Simple: ¿para qué vas a bajar una canción si la podés escuchar online? De ese principio parte esta gente y te pone a disposición la música, para que dejes de bajar, mientras ve cómo hacer para cobrarte.

El problema de todo esto es que no se trata de una necesidad filantrópica ni de una práctica llevada adelante por artistas. Actualmente existe una dura puja, que obviamente no tiene protagonistas, entre las buitres de siempre y la Internet que venimos creando las usuarias. Nosotras estamos creando pautas de conducta muy firmes que continuamente ponen en jaque las formas tradicionales de comercio, simplemente, porque las muy bestias del comercio pretenden vendernos en Internet de la misma manera en que se hace en el mundo físico, y no hay peor incompatibilidad posible.

El universo conectado a Internet es uno que prioriza las usuarias, que busca brindarles alternativas, uno donde Google ha logrado imponer -a fuerza de desfinanciamiento- su programa de “buenas prácticas” (que incluye el problema de la trata digital de personas como una solución al problema publicitario, aunque parte de un buen concepto: la satisfacción y felicidad total de las usuarias) y en el que las usuarias definimos qué funciona y qué no.

Las usuarias no queremos que nos invadan, ni que nos persigan, ni que nos digan qué podemos y qué no podemos hacer, y en el universo web mandamos, poco, pero lo hacemos. Con esto me refiero a que usamos o dejamos de usar. Y en ese movimiento caen o suben corporaciones. Ahí están Blogger, MySpace, ICQ, Window$ y unos cuantos millones de productos más que por el desuso han perecido o están en camino de hacerlo. El problema es que esta realidad de buenas prácticas, de ser fundamentales como usuarias (algo así como las ciudadanas de internet), y de poder controlar -aunque no voluntariamente- mucho de lo que sucede a nivel económico en la red, coexiste con las formas tradicionales del capitalismo, que buscan e imponen todo lo contrario. Todo esto tiene un agravante: los negocios que ya están montados (los que no nacieron en Internet sino que intentan entrar en ella) lo están sobre una forma tradicional donde lo que pasa por la cabeza de u opinan las usuarias es algo transformable, porque el capitalismo aborrece profundamente a las personas.

Así es que para mirar una serie fuera de Internet, tenemos primero que esperar a que un canal quiera ponerla, luego tolerar las políticas del canal respecto de estándares de emisión (color, subtítulos, duración de bloques y largo etcétera) que a la postre además buscará estirar lo más posible esa serie que compra por capítulos a costos altísimos, por lo que al capítulo original va a sumarle minutos del capítulo anterior, separadores, artísticas, música y algo terrible: publicidad que no nos interesa ver. Y además, debemos esperar que llegue el capitulo que queremos ver, y si nos lo perdimos, no podemos volver a verlo, salvo que el canal al mismo decida reponerlo.

Si prestás atención, vas a notar que todo eso que dice arriba es una imposición y que la respuesta a tu “no puedo” es: “jodete, nosotras decidimos qué te pasa y cómo”. Pero en Internet no. Basta con ingresar a la página en donde se encuentre publicado el programa y darle play, o bajárselo y verlo cuando a una se le ocurra, en idioma original (aunque podemos elegir el que queramos), no es necesario esperar meses para poder conocer el final de una trama sino que podemos ver una temporada completa en maratón y recién estrenada (como es el caso de Netflix) y varias prácticas más, que se basan en una libertad con que contamos las usuarias y que está previsto además que ejerzamos, porque cuando se violan, nos vamos, y no volvemos. Así es que, en una medida muy menor, Netflix está seduciendo a enormes cantidades de personas.

La industria viene poniendo el grito en el cielo y acusándonos de ladronas. ¡Imaginate si le vamos a hacer caso! No sólo nos imponen qué hacer, sino que además nos insultan por compartir. El tema es que la masificación de servicios de streaming las tiene por financiastas y no lo estamos advirtiendo y al menos, por ahora, no podemos probarlo al 100%.

Lo que pone en riesgo Internet es una de las agentes más duras del sistema capitalista: las intermediarias. Estas molestas personas que no sólo están al medio sin producir, sino que además encarecen y se benefician parasitariamente de la producción de una y de las necesidades de otras. El comercio es tan aborrecible en ese sentido que debería ser ilegal, por desmesurado y antiético. Una productora de Manzanas recibe menos del 5% de lo que vos pagás el kilo en un supermercado. La productora, con ese 5% paga costos y obtiene beneficios (aunque sean muy bajos, o incluso a pérdida, pero les permite continuar con el negocio), el 95% restante va a parar a la supermercadista, que además tiene muy pocos costos que cubrir, y ha subido 2000% (dos mil) el precio de un producto sólo porque puede hacerlo.

El sistema entero está basado en la existencia de intermediarias, y de hecho, sociedades como la nuestra además tienen otros conceptos de intermediarias como es el de pleno consumo: generar condiciones para que las personas sean intermediarias del dinero, que a la postre es una cosa en sí misma y no un valor de cambio. Si de pronto por un fenómeno inesperado todo tiende a hacernos pensar que las intermediarias desaparecerán, estamos en graves problemas, porque son la piedra basal del sistema y al mismo tiempo no van a permitir que de pronto nosotras, que somos las malas de la película, encima decidamos si queremos o no queremos comprarles. En este punto se ve claramente la diferencia: cuando en el supermercado notás que hacen que sea fácil entrar de a miles pero difícil salir de a una, no te queda otra que agachar la cabeza y esperar durante horas para que las intermediarias te den el producto que necesitás o querés comprar. Si esto pasa en Internet, simplemente nos vamos a algún lugar donde nos atiendan bien. El universo del capital, no quiere que podamos hacer eso, porque no nos puede controlar y tiene que ganar menos dinero (lo que significa ganar sólo millones y no billones, no creamos que esta gente no tiene un mango).

Creo que esta etapa es una de transición a nuevas formas de comercialización y de relacionarnos que no necesariamente tienen que llegar a buen puerto. Todo lo anterior, teniendo en cuenta que está desapareciendo poco a poco, suena muy bonito. Pero pasa otra cosa: las empresas tradicionales están entrando en Internet y tienen suficiente poder económico y de lobby como para retrotraer esos avances o incluso mixturarlos.

En ese terreno entra Spotify, servicio en el que claramente quieren poner la música a tu alcance pero no a tu disposición. Así es que podés pagar por escuchar todo lo que quieras, pero si te bajás una canción no podés reproducirla con nada que no sea hecho por Spotify, porque está encriptado y no tenemos cómo desencriptarlo. En consecuencia: Spotify te alquila un espejismo con el que ser feliz y te lo quita luego de un tiempo.

¿Por qué? Me parece simple: si mi negocio como intermediaria es el de “dar” un producto que por sus características puede ser replicado con tal precisión que la réplica es 100% igual y en consecuencia termino con 2 originales en lugar de uno (como sucede con la cultura en Internet), si mi negocio además es controlar cuándo la gente puede hacer qué y de qué manera, la mejor forma de mantenerlo es pervertirlo y transformarlo en algo tan parecido a lo que busca la gente que no termine notando la diferencia. Por lo que un gran ancho de banda sirve para venderte ese servicio, localizarte, y hacerte escuchar todo lo que vos quieras sin que “tengas” que bajarlo. Así es que hoy, en lugar de bajar música, la escuchamos online, y no sabemos que con eso estamos deshaciendo una militancia -en la mayoría de los casos inconsciente- que hoy nos pone en la cresta de la ola. Y nos quieren bajar. En la cresta tenemos un reproductor mp3, nos lo quieren cambiar por un celular, que no sólo les va a permitir que nosotras NO bajemos música si podemos escucharla online, además nos trackean, nos persiguen, nos vigilan, nos venden y por todo eso nos cobran. Ese es el mundo que quieren para nosotras. ¡No las dejemos dominarnos!

¿Querés escuchar en Spotify? Hacelo. Pero no dejes NUNCA de bajar música, porque en el momento en que nos quiten esa posibilidad, que no la ejerzamos o no tengamos una análoga acorde a otras situaciones, tendremos montado un esquema tradicional en un espacio en el que hoy podemos pensar en movernos con libertad en algún momento futuro.

¡A bajar se ha dicho!

¡Happy Hacking!

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