Madres que despiertan luego de 20 años en coma y reconocen a las hijas que parieron luego de ser violadas por personal del hospital. Hijas que luego de años de buscar a sus madres un buen día se las cruzan, y sin saber por qué sienten “algo” que les dice que no deberían seguir de largo y parar a mirarse. Varias veces al año nos encontramos con noticias como estas, de gente que reconoce a alguien con quien comparte su sangre pero que nunca vio.
No le sumo ni le resto crédito, no soy mamá y no sé qué sienten las madres, no soy doctora, ni genetista, ni investigo la materia, por lo que desconozco si es posible que una persona tenga “recuerdos” genéticos. Sólo sé que es insuficiente. Ayer escuchaba a Marcelino Azaguate decir que para el pueblo huarpe la memoria no es sólo recordar, sino que memoria es llevar lo que somos como sociedad, puesto. Llevar todo lo que producimos y vivimos como sociedad. Entonces llevamos lo que vivimos, pero llevamos lo que hacemos, llevamos el trabajo, llevamos los descubrimientos, llevamos todo. La memoria entonces es la consecuencia de la vida misma. Me pareció genial.
Creo que es la primera vez que encuentro un concepto de memoria que dice qué se siente llevar puesta una historia que no protagonizamos, a la que sólo tenemos acceso a través de comentarios o libros. Me toca, como a millones de personas en este país, vivir una historia de la que soy parte, no en calidad de hija, no en calidad de compañera, la vivo porque soy parte. Porque la llevo puesta.
Como hija de ex presas políticas, como hija de una pareja que ha sufrido la tortura, la persecución, que temió en más de una ocasión por su vida y la de quienes quiere, que pensó que nunca más vería a quienes amaba, porque o ella o las amadas seguramente terminarían muertas, que vio desaparecer o morir a sus compañeras de militancia, de objetivos o sus compañeros de tormentos, tal vez lo peor que podemos compartir. Que vio tan cerca su muerte que aun en la mayor de las pobrezas regaló sus pertenencias para marchar a ser asesinada, que sufrió en su carne la tortura por la que pasaban a unos metros sus compañeras, que sufrió el despojo tan profundamente que transformó vivir en su resistencia. La vida como arma, para vivir o morir viviendo.
Siempre me ha sido imposible contar qué se siente en días como hoy. Cuando una es hija de ex presas y su nombre homenajea a una desaparecida. Llevo mi vida y mi nombre con orgullo y trato de ganarme el orgullo de mis viejas todos los días, pero los 24 de Marzo todo tiene otro matiz, aunque a José Lozano y a Laura Botella las hayan secuestrado en la democracia del peronismo de Perón y Lopez Rega. Allá lejos y hace tiempo.
Memoria no puede ser recordar. No puede basarse en el simple ejercicio del recuerdo. Las efemérides no son más que señaladadores en el calendario. Memoria es la vida que llevamos puesta. “Porque los pueblos sin memoria desaparecen” dijo ayer Marcelino. Y no desaparecen sólo porque la desmemoria, el desprecio al horror, el descompromiso y la sumisión se repiten en la medida en que no recordamos que esas que ocupan el poder pueden querer desaparecernos. Si la memoria se pierde se acaba la vida que llevamos puesta. Se acaban nuestros orígenes, se acaban nuestras costumbres, se acaban nuestras decisiones, se acaban nuestros gustos, se acaban nuestras sonrisas y nuestras tristezas. Sin memoria desaparecemos todas.
No podemos ser “solidarias” con las víctimas directas de la última dictadura. No podemos ser “solidarias” con las víctimas del último ni de cualquier terrorismo de estado. No sólo es insuficiente, además es imposible: no podemos ser solidarias con la vida que llevamos puesta. Porque la dictadura cipaya, apátrida, genocida e imperialista no atacó sólo a desaparecidas y víctimas, la dictadura la llevamos puesta todas. Todos los días. Y para ser “solidarias” es condición escencial que aquello que nos solidariza, no nos ocurra.
Y no hay forma de que la memoria no nos ocurra.
No. No podemos marchar por solidaridad. Marchamos por nosotras mismas y por la vida que llevamos puesta. Es curioso, en días como este, siempre recuerdo que vivir no tiene antónimo. Que “muerte” es el antónimo de “nacimiento” en tanto nacer es empezar a vivir y morir es dejar de hacerlo. Pero vivir no tiene antónimo. “Muerte” nos dice que la vida finaliza, “muerto” nos dice que algo no tiene “vida”.
Se llevaron 30.000. Pero están aquí vivas, marchan con nosotras. Las llevamos todas en la vida que llevamos puesta.
Es curioso.
“Vivir” no tiene antónimo, porque tiene memoria.
¡30.002 compañeros y compañeras desaparecidas!
¡PRESENTES!
¡AHORA Y SIEMPRE!
¡Ni olvido, ni perdón para las genocidas ni sus cómplices civiles o eclesiásticos!
Mendoza, 24 de Marzo de 2015.