El video institucional afirma que se trata del “primer sistema operativo argentino libre, desarrollado por el Programa Conectar
Igualdad, ANSES y Presidencia de la Nación”.
Ni el primero, ni argentino, ni 100% libre.
¿Argentino? ¿Qué significa?
De los aproximadamente 1800 paquetes de software, unos pocos (muy pocos) fueron programados en Argentina o por argentinas, el resto es el típico resultado internacionalista del Software Libre: probablemente todas las nacionalidades del mundo han participado con algo de código.
Es así porque, tanto Debian GNU/Linux (sistema más libre del cual toma el software Huayra) como el resto del software libre es producido -en general- descentralizadamente (al contrario de la pretensión centralista de X Estado) en cualquier lado del planeta sin pedirle permiso a nadie y muchas veces sin recibir órdenes de ningún patrón… participan de ello programadoras profesionales, entusiastas, hobbistas, novatas, aventureras, anarquistas, socialistas, capitalistas, empleadas del sector privado, público, etc. Es una mezcla tal, que ningún ente, incluida la Nación Argentina, podría adjudicarse la creación de tal sistema.
Veamos un sólo ejemplo, el paquete Turtle Art es parte de la comunidad Sugar Labs, que fue iniciada por Walter Bender, Christoph Derndorfer, Bert Freudenberg, Marco Pesenti Gritti, Bernardo Innocenti, Aaron Kaplan, Simon Schampijer, y Tomeu Vizoso. En sí mismo, el programa Turtle Art fue escrito por Brian Silverman y es mantenido por Walter Bender, Arjun Sarwal agregó algunas características de sensores.
¿Qué tiene de argentino Turtle Art en Huayra? Sólo el hecho de que una programadora tomó el paquete ejecutable desde Debian (ni siquiera lo compiló desde las fuentes originales) y lo agregó a la mezcla de programas que trae Huayra. Lo mismo vale para el 99% o más del software de la distro «argentina».
¿El primero?
Tampoco Huayra es la primer distribución GNU/Linux modificada o creada en el país, previamente a inicios de la década pasada hizo historia Ututo (esta sí es la primer distro «argentina») de la mano de Diego Saravia y luego llevada hasta los días de hoy por un equipo liderado por Daniel Olivera, quien resaltara la importancia de que un sistema sea 100% software libre. Luego de eso hubieron otras distribuciones comenzadas en el país, como Tuquito, CaFeina, Obelisco o Musix GNU+Linux.
Mucho más tarde llegaría Huayra con el trabajo de empleadas estatales y la función de reemplazar los Ubuntu y Linux Mint que actualmente están instalados en las notebooks de Conectar Igualdad: junto con Windows, claro… es que no existe aún la convicción política por parte del Estado como para barrer con todo el software privativo que infecta la administración pública y la educación del país.
¿Libre?
Se trata de cientos de paquetes libres y algo así como 30 paquetes privativos… el problema es que, de esos 30 que no son libres, muchos actúan activando las placas wifi que vienen en las netbooks, con lo cual si la usuaria no desactiva ese componente, el 100% del tiempo existe software no libre corriendo en su computadora: dejando de lado el aspecto ético, la seguridad del sistema queda comprometida porque no se sabe qué hace el software (y se trata de software particularmente sensible porque nos conecta con la red). Claro que la usuaria podría conectarse mediante cable de red u obtener un USB Wifi compatible con Software Libre, esa sería una solución al problema.
El problema, además, radica en que Huayra no avisa ni alerta a la usuaria que existen esos softwares privativos e inseguros: nunca queda claro, se presta a confusión y, cuando la persona puede pensar que está utilizando solamente software libre, en verdad puede ser que todo el tiempo ejecute código propietario/vulnerado. De hecho invita a instalar el flash player de Adobe desde el Escritorio de la usuaria… sin avisar que es privativo.
Ni siquiera Ubuntu era tan confuso con respecto al uso e instalación de software privativo en su distro: te alertaba que estabas por instalar un componente privativo (si bien ya traía paquetes no libres pre-instalados).
Las desarrolladoras de Huayra podrían argumentar que «si no incluíamos ese software/firmware privativo, las notebooks no se conectarían a Internet», pero eso sería incorrecto porque podrían conectarse por cable de red o por un USB Wifi compatible con el kernel Linux mediante software libre.
El Estado nacional tiene presupuesto para repartir 3.500.000 notebooks, no le falta dinero para comprar otros 3.500.000 USB Wifis y liberar a las chicas y docentes de tener que usar software privativo/inseguro.
Además de los firmwares no libres que activan las placas wifi, trae cosas como intel-microcode, el cual tiene por función «corregir el comportamiento de los CPUs», pero es un binario sin código fuente, está prohibido decompilarlo o hacer ingeniería inversa, etc. No es libre ni por lejos ¿y qué hace realmente? Nadie lo sabe, sólo las programadoras de Intel (comprometida con la NSA norteamericana). Tranquilamente, estos microcódigos de Intel podrían estar abriendo puertas traseras en el sistema y casi nadie se daría cuenta.
Lo mismo vale para programa2mp, rar, unrar o amd64-microcode: al ser privativos, no son confiables y se recomienda quitarlos del sistema o, como mucho, usarlos a conciencia.
Etoys está clasificado como no-libre, pero según Wikipedia: “As of 2010, Etoys 4 conforms to the requirements of free and open source systems, such as the various Linux distributions.” No queda claro, en Debian aún no es libre.
En síntesis, Huayra debería definirse como el último de los sistemas operativos casi libres (al estilo «Tuquito») ensamblados en la Argentina, quizá el primero en ser ensamblado por parte del Estado (si no contamos los realizados en Universidades Nacionales), compuesto en su enorme mayoría por software extranjero (esto último no tiene nada de malo, es simplemente la realidad).