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El éxito es mostrar el culo en TV

Lo digo sin tapujos ni preocupación: no me interesa ser parte de la ola. Nadie habría sido capaz de decirme en los 70 frases como «vos que estás en la pomada» y cuestiones afines. Simplemente porque las modas me producen rechazo, me parece inaceptable que alguien más que yo decida cómo debo verme. Y al momento de comprar ropa, bueno, no tengo mucha escapatoria porque es lo que hay, pero por suerte tengo la opción de comprar algo que me convenza y difiera de lo que decide la moral dominante.

De igual manera, hay gente que las disfruta y las sigue, y no tengo inconvenientes con eso. Sí, me parece algo extraño que una persona o empresa puedan decir qué es lo que va a usarse en un determinado lapso de tiempo, incluir un factor moral «esto ES lo que se usa», una sanción en caso de incumplimiento -de eso se trata cuando alguien está «out», no es «parte» de este mundo en el que sólo existen las modas- un sector social (el que puede comprar cosas carísimas), con un compromiso político (el de lavarse las manos, un importante porcentaje de la ropa de clase alta es fabricada por esclavas, sí, gente que está esclavizada, así como lo leés), y un sinfín de cosas más que hacen a una moda. A esto además se suman distintas socias: cadenas de venta, grupos mediáticos y unos pocos agentes más y ya la moda se «viraliza» y empieza a verse en pequeños negocios que están a millones de años luz -en todo sentido- de quienes diseñan, quienes piensan las modas, o al menos quienes dicen que lo hacen.

Dale play a este tema, va muy bien con la nota.

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La enumeración negativa de las características de las modas suena extraña ¿no? Bueno, también tiene sanción: sos alguien sin estilo, sos alguien a quien no es lindo ver, y siguen las sanciones. Sucede que si se analiza la moda en negativo, las respuesta del sector vienen también en negativo, y al mismo tiempo siguen ejecutando las mismas variables. La mayoría son de pertenencia y se basa en lo mismo que el discurso del gobierno nacional: «yo, o el horror», con la diferencia de que el gobierno nacional lo dice y enfrente pone genocidas, autoritarios, neoliberales, y las modas ponen a la gente pobre (no les llama así, sino gente «humilde» o «modesta», porque la moda condena en negativo pero afirma en positivo, algo clave para poder aceptarla).

El asunto es que si las enumeraciones del primer párrafo hubieran sido en positivo, se trataría de una descripción (esto es porque son términos que responderían a lo dispuesto por las modas en sentido institucional) y puesto así, en negativo, tienen un sabor a «menos moda», claro, porque se evidencia el consumo, que es el objetivo de estos planes. Es un consumo tan profundo, tan malvado, tan insoslayable, que la complejidad de su descripción hace imposible que se apunte a hacerlo en una nota, por lo que me alcanza con señalar de que cuando hablamos de «modas», hablamos de exclusión, de consumo, de esclavismo, de autoritarismo, de segregación, de hipocresía, de gente asesinada, de capitalismo en su estado más puro y de millones de personas que, víctimas de la moda misma, utilizan el concepto en positivo y cuando piensan en moda piensan en inclusión, en felicidad, en libertad, en democracia, en pertenecer, en sinceridad con una misma, en gente viva, en integración. Sí, y lo hacen a propósito, tan racionalmente lo hacen que hasta «lo sienten». Yo «soy» con estos pantalones, sin ellos no soy, y estos pantalones son estos, los que me hacen ser yo, por su marca y diseñadora, por el local donde los compré, por los abusos de los que soy víctima cuando los llevo puestos, y así.

Ah, claro, en todo esto hay un machismo importante, porque la alta costura es terreno de hombres que deciden qué viste y qué enloquece a las mujeres. Y, como estos hombres «hacen cosas de mujeres», entonces, cuando alguno es homosexual, está bien, porque a las mujeres tiene que gustarles los hombres. No sé cuántos casos haya en que es posible encontrarse con homosexuales que tienen derecho a vivir su vida de forma más plena. Es muy loco, si te condena el machismo, entonces el mundo no se mete con quién amás, con quién te acostás, ahí, con la venia del sistema en forma de falo, ahí tenés derecho a un poquito de la libertad que se niega al resto.

Obviamente no creo que el 100% de las personas que siguen una moda son todo eso ni que las diseñadoras son gays o capitalistas repugnantes, ni nada por el estilo, pero sí existe un estándar al respecto, y no es un menor que eso sea así, porque determina. Y determinar una cabeza es determinar a todas las que están por debajo, algo que es muy cómodo hacer cuando hablamos de modas.

Hace poco estaba viendo un cuadro en el que se muestra la conformación porcentual etária de las distintas redes antisociales y me sorprendía que en países de habla hispana, Instagram tiene una penetración similar a la de Facebook, que ya es suficientemente asquerosa. Desde el ojo de Zuckerberg sí tiene una lógica: Instagram se apoyó en la característica principal de Facebook -las imágenes- para poder crecer. A Zuckerberg, brillante como es, parece que le vino en gracia (o compró algo, tal vez, no sé) y de pronto la integración entre Facebook e Instagram es muy sencilla.

Entonces es lógico que la penetración de las redes sea similar, producto de que se usan juntas. Algo lógico. El asunto es que Instagram es el mundo selfie y las selfies son algo extraño. La gente se toma autofotos con cualquier cosa, en cualquier momento, y lo hace con gestos de jactancia, o asociando su imagen a un buen pasar. «Hola, sí, soy yo, aquí estoy haciendo la revolución con mis amigas» y postean una foto rodeadas de hamburguesas y ropa cara. El colmo de esta práctica fue cuando se impuso la moda de tomarse autofotos con indigentes. «Miren! conozco a una persona que no tiene casa! ésto es éxito».

selfie vagabundo1En Instagram tenemos la posibilidad de asediarnos a nosotras mismas tomándonos fotos en las mismas situaciones ridículas que las estrellas que nos impone la moda. Nos tomamos fotos con comida, en el baño, en una pose que nos parece erótica, y luego hacemos lo mismo que el mainstream: las editamos para vernos como quiere la industria. Y la industria necesita segregar, porque la homogeneidad no es amiga del control ni del consumo (gran agente del control), así es que necesita que lo fundamental de las personas -las pequeñas imperfecciones- sea tomado como algo desagradable. «Eso que te hace vos, que te caracteriza, está mal».

Ahora dale play a esta.

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Pero como la industria no puede sostener que la homogeneidad es enemiga del consumo -recuerden, estamos en un terreno de asociaciones positivas- entonces sí se pone un ideal homogeneizante: uno al que nadie puede aspirar si no es de forma artificial y gastando grandes sumas de dinero. Porque la construcción de lo positivo es piramidal, entonces, es fundamental que se repita el espejismo capitalista de poner algo al alcance de todas, de todas las que tienen dinero. Y el dinero, siguiendo el espejismo capitalista, es algo a lo que podemos acceder todas, -otra vez- todas las que tienen éxito. Y allí están, para motivarnos, los ejemplos de que es cierto, las pruebas físicas de casos de éxito, la nena pobre que se transforma en millonaria garca, o en millonaria dadivosa (otra vez, positivo, vertical, «transparente», piramidal, hipócrita, y largo etcétera).

Pero saliendo de la actitud vanidosa de ponerse a definir el sistema, me pregunto qué está produciendo la selfie y por qué se impulsa tanto. Las autofotos existen desde siempre, pero la selfie es más compleja, porque tiene un momento, un entorno social, una connotación, una puerta a nuestra intimidad, que es algo de lo que sólo nosotras podemos jactarnos. Las chicas «fenómeno» como Meli Pardo, que juntan millones de personas queriendo mirarlas y al mismo tiempo son celebridades que trascienden las redes sociales pero no pueden salir de ahí y se caracterizan por cosificarse -y además generan grupos de gente que «pertenece» porque las conoce, sigue, o agrega en sus redes-, son claras víctimas de este fenómeno que tiene la particularidad de contar con victimarias que al mismo tiempo son víctimas. Una suerte de zombies del capitalismo.

Instagram y la selfie, son dos voceras de una forma de control diferente a las habituales que están creciendo en un entorno donde no sólo no se las analiza ni toma con una seriedad análoga a su penetración, sino que además se las invisibiliza al tomarlas por «naturales», por «modas», claro, la perversión es tal que no se basan en la información que divulgamos -algo que de a poco va siendo más tangible- sino de algo más profundo y más sutil que todavía hay que desenmarañar. Al mismo tiempo son lo suficientemente nefastas como para controlarnos, hacer que nos metamos solas en la boca del lobo, que creamos que todo eso que se hace con un aparato conectado a tres de los peores demonios (una compañía de telefonía, un sistema operativo desarrollado por una corporación y una conexión a las centrales de ambas) es inocuo.

No sé vos, pero yo creo que el éxito no es tomarse una foto comiendo un sándwich.

Ah, sí, todo tiene nombre, y quienes decimos todo esto, lo hacemos de resentidas.

Porque «no podemos», porque «no nos esforzamos».

Estamos mal por nuestra culpa.

Algo nos están diciendo.

Habrá que pensar.

Y hacer.

¡Happy Hacking!

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