Wikileaks destapa abusos a diario. Los gobiernos nos espían. Los estados nos persiguen y reprimen. Y no decimos nada. ¿Por qué?
Algo extraño pasa. Tal vez sea el momento histórico, pero últimamente parece que estamos perdiendo la capacidad de rebeldía. No me olvido del menemato, ni de la apatía, ni de las “apolíticas”, ni de que no es extraño -pero no por eso justo- encontrarse con que de pronto la vida amorosa y sexual de una persona puede ser objeto de opinión de otra, e incluso del estado, como pasa no sólo con el amor, el sexo y la identidad de una persona, sino con el cuerpo, cuando por ejemplo el estado te prohíbe que decidas sobre tu cuerpo, bueno, eso sólo si sos mujer. Y parece que está bien. Porque hay un importante grupo de personas que ante esto, calla o no hace nada.
El mundo de las funcionarias viene alterado con las revelaciones de Wikileaks. Gobiernos que se enemistan con el de EEUU, incluso algunos están formulando legislación específica para obligar a las funcionarias a no utilizar servicios de webmail como Gmail, Hotmail ni Yahoo! porque su privacidad está expuesta. La NSA, la CIA y el FBI aparecen en los medios a diario como protagonistas de las más repudiables intromisiones y a nadie se le mueve un pelo. Es comprensible que quien siente que no tiene nada que esconder no se sienta afectado si lo investigan. Lo extraño aquí es la incapacidad de sentir afectada nuestra intimidad en todo esto. Si alguien nos planta una cámara en el baño, seguramente nos encolerice. Pero si alguien nos planta un sistema de trackeo para monitorizar cada cuánto vamos, el peso y consistencia de nuestras heces, pensamos que no tenemos nada que esconder.
Últimamente pasan cosas raras, hay una suerte de síndrome de estocolmo general. De pronto miles de militantes defienden a un estado, gobierno y un sistema que nos miente, que nos dice que las pobres son menos de las que son, que niega la inflación, que sanciona una ley antiterrorista de la más rancia ultraderecha, que pone a tipas como Capitanich, represora de la comunidad Qom, en un claro gesto de los años que se avecinan. Y no son las militantes las que se sorprenden, sino la oposición, aunque sólo un poco. Ojo: no me olvido de la política social y de derechos humanos, no me olvido que estamos mejor que hace 10 años, pero no puedo conformarme con que hayan menos muertas de hambre que en el 2001. No me olvido de nada de lo aplaudible de este gobierno, hay cosas que apoyo, sólo me pregunto si no nos estarán poniendo las ciertas políticas tan inclusivas y democráticas como un precio a pagar mientras se reprime a los pueblos originarios y se hacen arreglos con Monsanto. Yo quiero una sociedad con un buen futuro, eso no incluye a Monsanto ni empresas similares. Pero estos militantes -que sí son progresistas, tampoco seamos necias- deciden mirar para un costado o hablarnos de trabajo o de “que no es tan malo” cuando una les pregunta por Monsanto, que tiene la capacidad para hambrearnos y esclavizarnos de la peor manera. En ese sentido pasa similar con la minería: pagamos nuestro bienestar actual con nuestro malestar futuro (y el de nuestros hijos, nietos, bisnietos). Y si no me creés, andá a San Juan.
Algo raro está pasando. De pronto miles de personas se quejan más por que no pueden comprar dólares para irse al exterior o comprar cosas en China que por el nivel de inflación que hace que los sueldos sean cada vez más bajos y las cosas cada vez más caras. Para ser más específica: es una queja acorde a un buen momento respecto del 2001 (que ha pasado a ser el rasero con que se mide gran parte de la realidad), pero en lugar de quejarnos porque mueren las economías regionales, porque mengua el trabajo genuino y porque los salarios no han mejorado -sólo se actualizan con la inflación- nos quejamos de que no podemos comprar en China, nadie pregunta por qué no producimos esas cosas o por qué cuestan tan baratas en China (y hay temas cruentos en ambos puntos). Será un indicador de que nos podemos ir de vacaciones y también de que no nos interesa una industria nacional (con la que el gobierno no colabora, sobre todo en lo que respecta a economías regionales), o que al menos no nos preocupa. De pronto a Mendoza se le ocurre que está bien que los docentes ganen menos de la mitad de lo que ganan las policías. Pasa algo raro en Mendoza.
Que una policía gane más que un docente, nos dice clarito qué futuro queremos. Y no, no te asustes, yo también creo que las personas que ponen en riesgo su vida deben tener una remuneración acorde. Sólo creo que, por lo menos, los docentes deberían ser de los mejor remunerados del país, porque tienen un rol demasiado importante. Esas personas están educando a nuestras hijoas, que no sólo son importantes para nosotras, son importantes para el país, para la sociedad, para que mañana estemos mejor y busquemos estarlo siempre. El problema no son las que ganan más sino las que ganan menos. Una community manager (alguien que cuida el presente de una marca) puede ganar entre 15mil y 20mil con facilidad, y todas miramos al community manager con cierta mezcla de envida y admiración. Pero un docente, ése que va a educar a las que son el futuro (con el detalle de que además son nuestras hijas), gana $4500. Y si los docentes toman las calles, Mendoza los mata a bocinazos. Pero cuando la policía se acuartela, pasa por negocios avisando que no van a dar a basto (lo que es una incitación al miedo), y genera que determinados grupos salgan a saquear (refrescando el tristísimo recuerdo del 2001), Mendoza los aplaude.
Si un docente hace huelga y corta una calle, lo matamos a bocinazos (o a tiros, como pasó con Fuentealba) y no decimos nada. Pero que la policía se rebele contra el estado y genere zonas liberadas está bien.
Pasa algo extraño cuando no decimos nada respecto de que nuestra información esté completamente disponible en Internet, a disposición de quien quiera, pero la de los gobernantes y políticos brilla por su ausencia. Pasa algo cuando no nos importa ninguna de estas dos cosas.
Pasa algo extraño cuando no nos importa que existan sistemas que triangulan toda nuestra información genética y social y nos pone a todas en el lugar de posibles delincuentes.
Ante esto se me ocurre que nos falta rebeldía, o que seguimos pensando que la realidad es algo que le pasa a las demás.
Vivimos de una forma trivial, descomprometida, hasta que nos pasa algo en carne propia. Justo en ese momento es cuando “todo” está mal. Salimos a la calle pero sólo a pedir que otras resuelvan nuestra vida. Tal parece que entre la pastilla roja y la azul, ante la alternativa entre la libertad, cruda, dura, pero propia, y un mundo inventado en el que todo es sólo cosméticamente mejor, no nos resulta extraña ni indeseable la actitud dócil, servil, de quien no dice nada, y nos recostamos en no pensar, porque, total.. para eso hemos delegado el gobierno.
La rebeldía me parece una de las capacidades más hermosas de la humanidad. Creo que debemos cuidarla y alentarla. Sin ella no hay ni discusiones, ni mejoras, ni críticas, ni mejor futuro. En el mejor de los casos sólo hay más de lo mismo, aunque tal vez con un mejor sueldo.
De eso se trata hackear.
¡Happy Hacking!