El oxímoron del feminismo emocional

El oxímoron del feminismo emocional

Hace un tiempo la palabra feminista daba cierto repelús. La periodista y escritora Nuria Varela comienza su libro Feminismo para principiantes mencionando cómo el feminismo es un impertinente desde el momento en que decimos que somos feministas. Escribe la autora de este manual que el feminismo es un impertinente porque “el feminismo cuestiona el orden establecido. Y el orden establecido está muy bien establecido para quienes lo establecieron, es decir, para quienes se benefician de él”.

Con el tiempo esto ha cambiado. Y no me refiero al orden establecido, que sigue siendo el mismo, sino a la aceptación de la palabra maldita. Ahora decir que somos feministas mola; compartimos en Instagram una imagen con la leyenda “la revolución será feminista o no será”, nos compramos una camiseta en Inditex con la frase “Everybody should be feminist” e incluso escribimos en nuestra bio “feminista radical” y sin embargo no nos paramos a pensar, por ejemplo, en cómo es el sistema de producción de cadenas de ropa implicadas en la vulneración de derechos fundamentales de las trabajadoras que fabrican esas prendas, desconocemos el origen del mensaje estampado en nuestro pecho y usamos el término radical sin ocuparnos de un concepto clave en esta corriente del feminismo como fue el patriarcado.

Hago estas apreciaciones porque no se entiende que siendo feministas creamos que la prostitución es un trabajo, que la pornografía un entretenimiento o algo trasgresor, el alquiler de vientres un acto de amor y el género una identidad que nada tiene que ver con una construcción social pasando a ser el sexo biológico ese constructo que al parecer se siente.

El problema está precisamente aquí, en ver el feminismo como algo emocional, etéreo, inclusivo; como una bolsa donde se puede hacer un totum revolutum y que de ahí salgan tantos feminismos como ingredientes hayamos metido en un recipiente para obtener un plato frugal y efímero. Entender el feminismo como un estado emocional que se siente no sólo no es serio, sino que además es peligroso y bastante desleal con las mujeres que durante tres siglos se han ido dejando la vida literalmente para que tengamos los derechos y las libertades de las que ahora disfrutamos.

La filósofa Amelia Valcárcel decía en el II Feminario de Valencia hace un par de años que “el feminismo no es ninguna emoción, no es una forma de situarse en el mundo a ver si te gusta o no. El feminismo es una parte de la teoría de la democracia […] El feminismo y la democracia son cosas de estudiar porque no se traen de serie; de serie traemos la dominación, la sumisión, la jerarquía… Y vivir bajo la idea de que somos iguales y libres no es una condición natural”.

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El feminismo es una teoría política y como tal tiene un cuerpo teórico que hay que conocer para saber que desde el feminismo jamás se podrán defender prácticas donde las mujeres somos usadas sexualmente por varones, convertidas en mercancía, vistas como hornos que gestan hijos e hijas a la carta y deshumanizadas.

Desde el feminismo se tiene presente la desigualdad jerárquica a través de la cual las mujeres hemos sido excluidas al negarnos la ciudadanía, la educación, el voto; una posición de subordinación que desde la creación del patriarcado nos ha mantenido relegadas mientras los varones controlaban nuestra sexualidad y se apropiaban de nuestras capacidades reproductivas; y una dominación donde a día de hoy quedamos inmersas en la pobreza, alejadas de los organismos de decisión, librando una lucha pacífica a pesar de estar en una guerra donde cada día y en cada parte del mundo nos acosan, nos violan y nos matan. Hay pandemias contra las que luchamos sin cuestionar que debemos hacerlo y hay otras como la violencia machista donde aún no queda claro qué tenemos que desarticular.

Es también frecuente en el feminismo apelar al entendimiento entre feministas, al diálogo, a la unión. Y estoy de acuerdo en la necesidad del debate; el feminismo siempre ha tenido debate y es de ese debate crítico del que han ido apareciendo postulados. De hecho, lo recuerda Amelia Valcárcel en su último libro, Ahora, Feminismo: “El feminismo siempre ha sido un campo de debate porque se ha criado con ellos, pero, una vez que establece su agenda, los cierra. Feministas hubo que no estaban de acuerdo con el voto, con acceder a las magistraturas, con desear el poder, con el aborto… eso provocó vivísimos debates. Pero el feminismo los cerró”.

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Llegadas a este punto en nombre del debate no se puede retroceder. En nombre del consenso no se pueden acallar voces críticas para dar cabida a falsas teorías que se basan en lo abstracto denostando lo tangible, la realidad material que nos hace estar aquí. Observamos cómo muchas mujeres se unen al feminismo, a la lucha feminista, a las calles; mujeres de cada parte del mundo que toman conciencia de que están debajo. Esta toma de conciencia es crucial y hace al feminismo más presente. La pregunta es, ¿está creciendo el feminismo a la vez que se fortalece o por el contrario aumenta el número de personas que se suben al carro saltándose esos siglos de conceptualización que comentaba antes y que lo definen como teoría política? “Todas somos bienvenidas al feminismo”, “cuantas más seamos, mejor”. Depende de quiénes seamos y cuál sea la dirección a tomar. Si el enfoque emocional entra por la puerta, el feminismo sale por la ventana, como suele decir el dicho. Ser impertinente no es usar un lenguaje soez. Ser impertinente es cuestionar y supone un acto de rebeldía porque conlleva posicionarnos como heréticas del poder.

La prostitución responde a una estructura de poder, al igual que la pornografía y el alquiler de vientres. La pornografía es la pedagogía de la prostitución y en cuanto al alquiler de vientres (prostitución uterina) y como escribe la periodista y activista Kajsa Ekis Ekman, la reificación (cosificación) es aún mayor que en la prostitución.

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Estamos ante industrias ilícitas donde interseccionan dos sistemas poderosos que controlan el mundo y a las mujeres: el patriarcado y el capitalismo. ¿Cómo una feminista puede declararse como tal y pasar por alto este detalle clave y determinante en nuestro análisis? Lo hace si reduce el feminismo a una emoción. Porque, ¿qué emoción es más legítima que otra? ¿Cómo vamos a cuestionar una emoción que es capaz de conmover? ¿Quién no quiere que un niño o una niña crezca en una familia que le va a dar mucho amor? ¿Quién no va a querer que una niña deje de ser algo que al parecer la hace infeliz para cumplir un deseo? Sólo basta escuchar una música de violín y acercarnos al dolor de alguien. Tener empatía. Pero, ¿es esto el feminismo? ¿Es el feminismo una banda sonora que envuelve experiencias y deseos de individuos y que se aleja de un proyecto colectivo y emancipador?

Hay una frase de Celia Amorós que pasará a los anales de la historia, “conceptualizar es politizar”. Y ya sabemos qué ocurre si conceptualizamos mal. Ya sabemos qué pasará si borramos la categoría mujer para dar entrada a sentimientos cambiantes aderezados con maquillaje y extensiones. Y no, esto no es frivolizar con lo que cada persona pueda sentir, lícito como la libertad de expresión del individuo sino hacernos cargo del lugar desde el que hablamos teniendo en cuenta qué somos en ese lugar; tal como escribe la filósofa Ana de Miguel en su libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección: “Ser mujer no es una ‘performance’, es una posición subordinada dentro de un sistema jerárquico de poder. Un sistema de dominación muy severo y arraigado. El más universal y longevo de los que existen, en palabras de Kate Millett”.

Cada quien que se sienta como quiera pero que no intente erosionar una lucha que tiene un sujeto político determinado y una hoja de ruta a seguir que parte de libertades mínimas. Es decir, el feminismo es un movimiento social y político donde las mujeres durante siglos han hecho activismo en las calles y han teorizado sobre lo que nos pasa por ser mujeres.

El feminismo tiene una agenda que se traduce en las llamadas olas del feminismo. Esa agenda no se desarrolla de la misma manera en cada parte del mundo y por ello decimos que sus páginas están abiertas por diferentes lugares según dónde nos encontremos. El objetivo es la liberación de todas las mujeres y para conseguirlo es un requisito sine qua non desarticular el sistema que nos oprime y aquí entran todos los mecanismos de opresión, desde el mito de la libre elección que intenta hacernos creer que nosotras elegimos ser compradas hasta la construcción del género que nos reserva a las mujeres un destino en base a nuestro sexo y que en nombre de la diversidad se intenta preservar como un derecho de identidad. Decía Simone de Beauvoir, “no se nace mujer: se llega a serlo”. Esta frase es la idea esencial de un extenso ensayo que revolucionó el pensamiento de muchas mujeres de la sociedad francesa en 1949. A propósito de este libro, cuenta Betty Friedan en La Mística de la Feminidad que un crítico escribió que “esta señora no tenía ni idea de lo que era la vida y que obviamente las mujeres estadounidenses no tenían ese malestar”. Nada nuevo bajo el patriarcado, hombres sentando cátedra acerca de lo que vivimos las mujeres. Pero resulta que las mujeres poco a poco empezaron -empezamos- a tomar conciencia de que no hay un destino biológico para ellas -nosotras- y que ese “ser mujer” ha sido construido por aquellos que sí nos han reservado ese destino. Algunas lo asumieron y la mística de la feminidad se instaló en sus vidas hasta que empezaron a sentir un malestar sin nombre que resultó ser compartido por todas las mujeres y que consiguieron identificar tras un doloroso proceso, descubriendo el engaño y pagando un precio demasiado alto.

Gracias al feminismo podemos ponerle nombre a ese malestar y también contamos con las herramientas para desmantelar cualquier estructura que intente legitimarlo, usando estrategias emocionales que nada tienen que ver con el feminismo sino con aquello que lo intenta dinamitar.

Vía Tribuna Feminista

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