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El machismo no es cosa de hombres

Imaginen por un momento que un grupo de un centenar de intelectuales y artistas francesas hubieran escrito una carta en contra del movimiento #Metoo, que se puso en marcha a raíz del escándalo de la productora de Hollywood, Harvey Weinstein, al destaparse los abusos sexuales a los que sometió a decenas de mujeres a lo largo de varias décadas. Imaginen, por sólo un momento, que estos intelectuales, hombres, claro, afirmaran que “la violación es un crimen, pero el coqueteo insistente o torpe” no lo es como tampoco “la galantería” es una agresión machista.

Acompáñenme un poco más e imaginen que en ese manifiesto este grupo de hombres afirmara sentirse acosados por “una campaña de denuncias públicas contra personas que, sin tener la oportunidad de responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo nivel que los delincuentes sexuales. Esta justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que ellos solo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar sobre cosas ‘íntimas’ en una cena de negocios, o enviar mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió atraída por él”.

Imaginen el revuelo que hubieran causado tales afirmaciones. Un puñado de hombres criticando un movimiento espontáneo de cientos, de miles, tal vez de millones de mujeres que, como una espita que ha estado cerrada durante siglos, ha comenzado a soltar nombres e historias de abusos, vejaciones y violaciones largamente silenciados y, lo que es peor, largamente ignorados.

Ahora dejen de imaginar. Ese manifiesto existe. Se publicó hace unos días en Francia y en cuestión de segundos dio la vuelta al mundo. La única diferencia, que no es menor, es que está firmado por un centenar de reconocidas mujeres francesas, lo que le confiere al documento un giro perverso.

¿Es importante que sean mujeres en lugar de hombres? Sí, principalmente por un motivo: casi toda el mundo quiso interpretar que se trata de una contestación de igual a igual. Una desavenencia entre pares, un debate interno, un enfrentamiento entre facciones, una disputa entre dos concepciones del feminismo.

Nada más lejos de la realidad. El machismo no es de hombres. Es una construcción social en la que todos nadamos desde que comenzamos a socializar. Tal como afirmaba Simone de Beauvoir, “el opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.

Si bien el manifiesto hace una rápida y fugaz mención a que la violación es un crimen, todo el texto se centra en los peligros de un movimiento que está destruyendo el flirteo, la “libertad de importunar” y que “toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad”.

El manifiesto es, en realidad, una llamada a prolongar el manto de silencio que cubrió durante décadas las impunidades que desde el abuso del poder y el menosprecio a la palabra de la mujer ejercieron muchos hombres en una sociedad permisiva y ciega. #Metoo y sus hermanas en distintos países están diciendo basta y obligando a cumplir leyes que incomprensiblemente han estado durmiendo durante demasiado tiempo el sueño de los justos y a reivindicar la palabra de las mujeres, largamente cuestionada y puesta en duda. Una palabra que ha sonado alta y firme por primera vez en la historia y que no podrán apagar un puñado de señoras machistas.

Vía Publico

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