El liberalismo de la izquierda, o cómo convertir una antigua opresión en una moderna profesión

Europa Izquierda y Derecha

Siempre me he considerado una mujer de “izquierdas”, o, lo que viene siendo lo mismo, más bien “zurda”, aunque sin adscripción concreta a partido político alguno. Y a quienes dicen que la tradicional división entre izquierda y derecha ya se ha superado porque quien manda ahora es el capital, siempre les digo lo mismo, que la resistencia al capital está precisamente ahí, en hacer política y en hacer políticas de izquierda, que, muy resumidamente serían políticas de corte social, feministas, laicas, que apuesten por lo público, de respeto por los derechos humanos, por la autodeterminación de los pueblos y siempre, siempre, internacionalistas.

Sin embargo, voy a tener que comenzar a considerar que algunos partidos políticos que yo consideraba de izquierdas, lo del respeto por los derechos humanos y más exactamente, lo del respeto por los derechos humanos de las mujeres, se lo están pasando por el forro, literal y figuradamente.

Dice Amelia Valcárcel que allí donde no existe igualdad la libertad está uno de los nombres del abuso, y ahí está el peligro, precisamente, en que en una sociedad desigual hablar de libertad para todo y para todas, es una falacia y es un abuso, porque esa supuesta y cacareada libertad para decidir nos lleva a la mercantilización y a la explotación de millones de mujeres bajo la premisa “Nuestras vidas, nuestras decisiones” , frase torticera donde las haya, ya que obvia que no somos, o no deberíamos ser, seres que tomen decisiones individuales sin pensar que esas decisiones afectan también a la colectividad, y eso es lo extraño en los partidos de izquierda que se llenan la boca con esta frase, y luego no la aplican para el resto de las posibles decisiones individuales que una persona pueda tomar.

Respecto a las opresiones que recibimos las mujeres bajo el patriarcapitalismo, hay dos muy concretas sobre las que los partidos de izquierda no logran tomar decisiones consensuadas, o, en algunos casos, parecen estar a favor: es la explotación sexual (prostitución o “trabajo sexual”) y la explotación reproductiva (vientres de alquiler o “gestación por sustitución o subrogada”). Como se habrán fijado, enuncio primero en términos de explotación, la segunda palabra tiene que ver con el nombre que se le da “popularmente” a esa explotación, y la tercera, el nombre que recibe en esta neolengua tan pos (posmoderna, pospija, pospospos) con la que tanto le gusta a hablar a la gente que pretende vestir con traje nuevo a los viejos harapos de una sociedad misógina y violenta.

Para desenmascarar este liberalismo oculto tras la fachada de la modernidad (liberticida y desigual) de algunas izquierdas actuales hay un ejemplo claro, otra opresión, otra explotación, sobre la que si nos ponemos de acuerdo las bienpensantes gentes de izquierda, y es la explotación laboral. Cuando denunciamos a las grandes compañías, textiles, alimentarias, farmaceúticas, y señalamos las causas concretas de la explotación laboral, empobrecimiento de países enteros, expolio de recursos naturales, consumo desaforado, modelo, en resumidas cuentas, ferozmente ultraliberal e inhumano. Las posibles soluciones que se aportan para evitar la explotación laboral pasan por la denuncia de estas causas estructurales, y el boicot masivo a las marcas que se aprovechan del sufrimiento, necesidad y vulnerabilidad de millones de personas; nunca he escuchado a nadie que se denomine de izquierdas decir que se reconozca el trabajo infantil, ya que es, en realidad, explotación laboral infantil; o la explotación laboral de personas adultas, como trabajo real, digno y empoderante, porque no podemos dignificar la esclavitud.

Pero, ¿qué sucede cuando hablamos de otros tipos de explotaciones, la sexual y la reproductiva, cuyas causas estructurales son las mismas? Pues que aparece el pseudo-progre, y por temor a perder sus privilegios de macho moderno y aliado feminista, dice que las mujeres tenemos la suficiente agencia como para decidir sobre nosotras mismas, esto es, que si queremos ser penetradas 20 veces al día por cualquier tipo a cambio de dinero, pues oye, qué no pasa nada, allá nosotras, y que si queremos estar embarazadas 9 meses para parir hijos e hijas para otras personas, pues igual, es nuestra decisión libre y autónoma. Y ¿por qué a quienes son explotadas en fábricas textiles de Bangla-Desh, a los niños y niñas que rebuscan en los grandes basureros de las ciudades latinoamericanas, a quienes explotan en las minas del Congo, a menores abusadas sexualmente en cualquier club de carretera de este país no se les reconoce la misma agencia? ¿Dónde está la diferencia? ¿es que acaso esas personas, menores, no quieren salir de la pobreza y necesitan trabajar y deciden libremente ser explotadas?

No sé, de verdad, cuáles son las diferencias, leo, escucho, escribo, no logro comprender por qué se estigmatiza la demanda de prendas de determinadas marcas, de móviles ensangrentados, fabricado todo sobre la base del sufrimiento de las personas, y no se logra estigmatizar la demanda de mujeres, baratas, cada vez más baratas, cada vez más cosificadas, más despersonalizadas, más explotadas.

Una sociedad que lanza el mensaje, como decía Françoise Heritier, de que las mujeres podemos vendernos, está ocultando el hecho, obvio, de que los hombres tienen el derecho de comprarnos, y es una sociedad fracasada, incapaz de garantizar y proteger los derechos humanos de las mujeres.

Vía Tribuna Feminista

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