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El problema de las “cosas urgentes”

El mundo esta lleno de personas diferentes. Creo que es algo festejable. Se me ocurre que un mundo donde todas fuéramos iguales sería sumamente aburrido. Como a cualquiera, ciertas diferencias de las que existen entre las personas, me resultan exasperantes. Así es que soy incapaz de sentirme cómoda sentada con una nazi, o con alguien que piensa que la gente pobre no tiene para comer “por que no trabaja” o que las decisiones, gustos o preferencias sexuales y amorosas deben ser un tema de discusión.

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Haciendo esa salvedad, y volviendo al concepto de que la diversidad es algo a cultivar y es festejable, quiero plantear la existencia de ciertos discursos que pasan por progresistas pero tienden a generar inacción.

Imaginemos una movilización de activistas en contra del espionaje en internet. Gente que busca que ningún estado, gobierno o persona pueda inmiscuirse en tu intimidad, gente que reclama políticas que garanticen la libertad de las personas, la soberanía de los pueblos, la independencia de los estados. Pero esta movilización pasa por un barrio pobre, donde no hay luz, ni agua, donde las casas a penas pueden sostenerse y donde la privacidad en Internet no es una preocupación porque no tendrían cómo ni a qué conectarse y porque además el Estado parece no existir, por lo que no habría un estado que las espíe por Internet, sólo uno que las golpea con la policía, la economía, y demás. Uno de esos barrios donde todo es marrón: calles de tierra, acequias barrosas,casas de cartón y madera.

Por allí pasan nuestras activistas del software libre, reclamando por libertad en Internet, por privacidad. Cualquier progre que las mire, remarcará la protesta burguesa y egoísta de un grupo de nerds, que pasan inmutables ante la pobreza extrema y continúan su paso pidiendo privacidad donde una mayoría muere de hambre. Pedirá que dediquen su tiempo a construir “un mundo mejor, sin pobreza ni excluidas” y se contentará en su rol de intelectual crítica y comprometida con las causas del “bien”. Muchas aplaudirán su agudeza, su compresión de lo que es “verdaderamente importante”.

Se trata de una postura cómoda en la que imponemos una moralidad perversa e invisible de un bien común en el que hay tiempos y etapas para dar ciertas luchas. Y tiene su lógica: poco sentido hay en pelear por una internet libre y que nos respete si en medio hay personas muriendo de hambre. Pero la trampa esta en el antagonismo. Una internet libre no es incompatible con un mundo sin hambre sino parte de él.

Las cómodas de tribuna y café me merecen menos respeto y comprensión que las que cometen errores abrazando una causa. La solidaridad impulsada por la mera satisfacción personal no es más que una practica egoísta. No hay allí otro objetivo que nuestro placer, incluso en la indignidad de la limosna puede hallarse un compromiso más sincero que en la solidaridad por amor propio.

La diversidad, por suerte, permite que podamos avanzar en tantos sentidos como problemas existen en el mundo. Serán la racionalidad, la cintura política, la estrategia, el compromiso y otros agentes importantes en la búsqueda de cambios, los factores que determinen el éxito de una lucha. No la priorización perversa en la que muchas veces caemos al elegir una vida sin derechos en pos de una sin hambre. Por otro lado, de poco sirve ser libres si vivimos indignamente.

Entrar en el juego de las cosas urgentes es renunciar al mundo mejor y abrazar uno menos peor. Es ganar batallas perdiendo guerras. Pero no debe dejarse la critica de lado, ni tomársela por destructora, sino afilarla para que las marchas contra el espionaje lleven consigo el reclamo de un mundo sin hambre ni pobreza, de un mundo digno y para todas las personas que lo habitan. Para que las marchas contra el hambre lleven consigo la proclama de una vida libre de espionaje.

Algo así pensábamos allá por el 2001 cuando decíamos “nuestros sueños no caben en sus urnas”, pero de pronto nos dividieron para decirnos que “ahora” estamos bien, que ya no hay hambre (y las ridiculeces inimaginables del ‘cambio’ que vivimos).

Atomizaron los reclamos y las movilizaciones, rompieron la causa común -incipiente, tanto que a penas se esbozaba, pero de clara existencia- de la sociedad construyendo de forma mancomunada, horizontal y reciproca. De algún modo han impuesto esta moral invisible donde sólo debemos preocuparnos por lo “urgente” que termina conformándonos con un mundo menos peor, en el que morir de hambre no es tan frecuente, donde las que lo hacen son casos excepcionales, extremos, casi “inevitables”, por lo que no hay de qué quejarse, “porque antes había corrupción y autoritarismo”. Al mundo mejor, creo, se va avanzando, y no llegaremos hasta que la absoluta totalidad de las razones que nos hacen quererlo hayan desaparecido. Mirar para atrás para hacer historia y tomar conciencia es fundamental, pero no podemos hacerlo para conformarnos pensando que ahora estamos mejor.

Cuando la crítica, la académica, la militante de tribuna, la que la mira por TV, nos dice que dediquemos nuestro tiempo a cosas mejores, y entre las cosas “mejores” nos señala cosas que compartimos, que también nos parecen necesarias, pero nos las plantea como un antagonismo, está trabajando -tal vez conscientemente, tal vez no- en pos de que perdamos de vista lo importante para dedicarnos a lo urgente. Es cierto, no podemos decir a alguien que contenga su hambruna hasta que “hagamos la revolución”, pero no podemos renunciar a ella en pos de atender cada caso de hambre, debemos abrazarla más fuerte atacando los motivos del hambre, y con esa lucha arrancar con cada caso. Eso no lo haremos pensando en que existen mejores y peores luchas, pues esa atomización fija nuestra vista y esfuerzo en una coyuntura, donde además hoy al poder le conviene que miremos, y nos aleja de los cambios estructurales, que son los que echan por tierra la indignidad. Diferenciar entre lo urgente y lo importante nos aleja del cambio y nos distrae viendo cómo resolvemos cada caso, pero jamás cambiará las condiciones que generan las razones de nuestro hacer.

Sí, creo, existen causas que son un gasto de tiempo y son todas aquellas en las que se moviliza un grupo y -con egoísmo extremo- se plantea resolver exclusivamente sus problemas, causas donde una encuentra gente preocupada por la pureza del agua a la que no le interesa la indigencia. Esas personas, son un claro ejemplo de la lucha segmentada, sectaria, egoísta, en la que unas pocos, con capacidad de movilización, buscan un mundo menos peor. En la diversidad de personas e intereses está la posibilidad de ir por todo, al interior del movimiento, la posibilidad de resolver cada caso.

No sé vos, pero yo estoy bastante cansada de las que ordenan caminar mirando el piso. Pongamos la mirada al horizonte y los pies en el piso, y trabajemos para que no nos engañen ni conformen diciéndonos que libertad y dignidad son un antagonismo.

Que tengas buen fin de semana.

¡Happy Hacking!

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