La Mendoza que castiga a la cultura

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Hace no mucho tiempo las concentración artistas callejeras se reunieron para protestar por los ataques de los que son víctimas producto de una serie de medidas que viene implementando la intendente de Capital y que también implementa el estado en su conjunto, no sólo el municipal. En el caso de capital, desde que Fayad asumió, modificó muchísimo el espacio público, algo de eso ya venía haciendo Cicchitti y que viene haciendo Suárez, la intendente actual.

Fayad echó a las artesanas, echó a las vendedoras ambulantes, echó a las malabaristas, echó a las limpiavidrios, echó a las senegaleses, intentó echar a las motoqueras, intentó echar a las skaters. En fin, se dedicó a echar gente, tal vez con los mismos motivos y objetivos que con los que Macri hace todo eso. Algunas en lugar de echadas fueron ordenadas. Fayad hablaba de recuperar las plazas, las veredas, de poner orden a las cosas. Y lo hizo.

Hay una teoría rancia y liberal, la del higienismo social, que, enmarcada en el positivismo plantea limpiar de la sociedad ciertos sectores que se considera que están “ensuciando”. Esta teoría da argumentos a las hordas de “gente bien” que se plantean terminar con las pobres en lugar de terminar con la pobreza. No digo que Fayad se haya planteado terminar con las pobres, pero las medidas que tomó sí tiene que ver con generar un modelo de sociedad donde únicamente caben ciertos estándares, donde los derechos no pueden ser ejercidos por todas y sólo pueden ejercerse ciertos derechos.

Todas aquellos que fueron segregados comparten algunas características. Se trata de gente que trabaja en la calle, que por lo general no vive en el centro de la ciudad sino en barrios “marginales” (marginados es la palabra correcta) y en consecuencia es considerada “marginal”, no marginada. Lindo matiz: ‘marginal’ es quien vive en los márgenes, ‘marginada’ es una persona a quien se deposita en el márgen. Pronuncialo: ‘esta persona es marginada’, ‘esta persona es una marginal’, en le segundo caso, la marginada está ahí prácticamente por su decisión, o en definitiva no está en discusión por qué esa persona es marginada.

Se trata de gente que no tiene un cero kilómetro y que es vista por los sectores aristócratas -tan bien ponderados en Mendoza- como de “vida fácil” -porque es “fácil” romperse el lomo en los semáforos para que te den una moneda con la que no comprás ni una tortita-, a la que por su color de piel y/o vestimenta se la trata de delincuente, gente que comete el delito de portación de rostro.

Son esas que “están mal”. Son las nadies que valen menos que la bala que las mata, por parafrasear a Galeano. En los 90 y a principios de este siglo vivimos muy seriamente la terrible aparición de una nueva clase social (una des-clase): la gente que sobra. Gente que no es nisiquiera marginal, sino gente que da lo mismo si existe o no. Una cosa tremenda y repudiable.

Es muy curioso lo que pasa con la gente que trabaja en la calle y la reacción del mundo pacato frente a ellas. Si la mina que te cuida el auto tiene puesta una campera que le dio el Estado, entonces le pagamos dócilmente, la saludamos y seguimos nuestro camino. Si no tiene puesta la camperita verde, es una negra de mierda que viene a sacarnos guita sin hacer nada.

Dirás que la de camperita verde no cuida el auto sino que cobra estacionamiento, ¿qué le dirías a una cuidacoches si te viene a cobrar el estacionamiento? ¿Alguna vez le dijiste a las tarjeteras que no pensás pagar estacionamiento porque el Estado ya te cobró por la calle, el cordón, los semáforos y todo lo que usás para estacionar?¿Se lo dirías?¿Lo pensaste al menos?

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Igual, no es a la tarjetera al que hay que decírselo, hay que decírselo al Estado. Porque la de la camperita verde es además una trabajadora precarizada por el Estado, es la que garantiza que Capital gane millones, y lo hace trabajando en negro, como “independiente”. Y, para colmo, le pagás no porque sea su trabajo, le pagás porque sino el Estado te multa.

Ah, no, pero si trabaja en la calle y no tiene campera verde, seguro es una “negra de mierda”.

El trabajo en la calle no tiene nada de indigno, lo indigno es en realidad el trato que le damos a quienes trabajan en la calle. Lo indigno es que no nos preocupemos por su jubilación, su obra social, por el seguro que deberían tener producto del nivel de riesgo al que están expuestas quienes trabajan en la calle. No, no nos interesa esa que cuida el auto, nos interesa el auto.

Nada de malo tiene que alguien limpie vidrios ni que alguien cuide coches, ni que alguien cante o haga malabares en plazas y esquinas. Es más, deberíamos plantear las cosas al revés y estar buscando que las trabajadoras callejeras se sindicalicen, que pongan una tarifa por su trabajo. ¿Le dirías a tu jefa a fin de mes “es a voluntad”? ¿Por qué está bien entonces para las que trabajan en la calle?

Esta forma de reaccionar puede tener algún (pequeño) asidero en alguna situación no del todo feliz que cada tanto se da en situaciones como esta, pero no basta ese mal momento para condenar a todas las personas que trabajan en estas condiciones. De eso se trata el higienismo: de limpiar, de borrar a esas indeseables que “nos” “afean” la ciudad. Y en esto es culpable tanto una intendente que sanciona normas como las de Fayad, como quien maltrata o desconfía de alguien basándose en su forma de vestir, en el medio de subsistencia que tiene, en el barrio en que vive. Aunque claro, no cabe la misma responsabilidad a un Estado discriminador que a una persona que discrimina, pero en ninguno de los casos deja de ser discriminación.

Hay mucho que cambiar en Mendoza. Sobre todo el aplauso que sólo se ejerce en locales “habilitados para disfrutar arte”.

Hoy los artistas callejeras mendocinas -al igual que toda aquella persona que trabaje en la calle- sufren una de las peores discriminaciones de las que se puede ser víctima: la censura a la que se suma la persecución. Para Mendoza, su arte es una contravención. Para Mendoza, además está “bien” que desaparezcan de las plazas y las calles las cantantes, las actrices, las pintoras, las graffiteras, las malabaristas, las deportistas, las escritoras, las pequeñas productoras, las artesanas.

Para Mendoza “está bien” que parte de sus artistas no tenga lugar.

¿Quién dijo que el arte sólo se expone en museos y teatros? ¿Quién tiene autoridad suficiente para delimitar el espacio geográfico del arte? ¿Por qué debe alguien aceptar como moneda común el maltrato de alguien sólo porque ha elegido una forma de vida no aceptada por la moral instituida?

Dice una enorme artista, hoy consagrada antes callejera: “Pelotitas en la esquina, monedita y malabar, si el semáforo está en rojo, se nos viene el carnaval”. El arte no tiene lugar… ¿qué ironía, no? El arte no tiene lugar.

Me pregunto para quién habremos recuperado el espacio público.

Te dejo un regalito, el R.I.C.K.Y, una de esos artistas populares que tocan en la calle. Una artista realmente enorme que recorre el centro y los colectivos a garganta y tambor. Habrá que seguir masticando, o chupando, no nos queda claro.

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Que tengas buen fin de semana.

¡Happy Hacking!

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