ADVERTENCIA: Al final de esta nota, se ven unas tetas muy lindas.
La gente votó un cambio. Todas lo votamos. La diferencia es el momento en que se hace, qué cosas se pretende que cambien, la situación de quiénes queremos cambiar y cómo queremos que sea el cambio. En mi caso vengo votando un cambio desde que me permiten votar. Voté el cambio en el 2001, en el 2003, en el 2007, en el 2011 y en el 2015. Las últimas 3 veces que voté un cambio voté al peronismo, que es un partido que, al igual que el radicalismo, se ha caracterizado por despreciar a la izquierda, que es el marco ideológico en el que me paro. ¿Me decís que el peronismo no? Acordate de Lopez Rega. ¿Me decís que el radicalismo no? Acordate de Balbín. Aunque ejemplos en ambos espacios sobran (y no nombro referentes actuales para no desviar la discusión, aunque hoy sólo quedan de esas referentes). Vendrá alguna ortodoxa a decirme que una persona de izquierda no puede votar al peronismo. Contesto que se equivoca. No se ‘es’ de izquierda, sino que se ‘está’ a la izquierda. Si te parece rara la afirmación, ponete a pensar cuán de izquierda es la China comunista, y cuán de derecha la Venezuela chavista. Digo, me parece que aunque algunas troskystas se pongan testimoniales y pataleen, no hay mucho que decir.
Coyuntural o estructuralmente, fuerzas de derecha pueden tener posturas que favorezcan a quienes están en peores condiciones que las demás (que en nuestras sociedades además suelen se la mayoría y vivir en horrendos barrios con hermosos nombres: ‘La Gloria’ y ‘Flores’, son dos). Esa será una postura de izquierda, incluso si fuera espuria, porque los motivos de un comportamiento político son indistintos de las consecuencias que traen aparejados. En el terreno de los derechos, por ejemplo, no hay matices, o se está con los derechos o se está contra ellos. Si la más revolucionaria de las revolucionarias hace la revolución para salir en televisión (arriesga su vida y la de las demás con un motivo tan frívolo como ese), la revolución no es menos revolución por eso. La política, son los hechos que produce su accionar, lo demás es cháchara.
La gente que no debía tener esa vida mejor que la que tenía antes, tenía plata y no satisfecha con eso, cometía la tropelía de gastarla. “Si la gente gasta plata genera inflación”, dicen actualmente (con lo que culpan a la gente que se da un gusto del desbalance económico). Eso, en un país con nuestros niveles de pobreza, necesariamente te saca del lugar de las más necesitadas. Ah, pero eso es un engaño. Una estafa de un gobierno malvado. Y hoy, ¿quién tiene la plata con la que las pobres iban al cine? Esa es fácil: González Fraga y todo lo que representa. ¿Y qué hará? También es fácil: dejará de repartirla e incluso de recaudarla, porque una plata que no se gasta en la sociedad, no tiene mucho que hacer en el estado, por lo que es ridículo tenerla en las cajas de las personas que construyen el país del que viven las empresas. Mejor, que la tengan las empresas y hagan lo que ellas quieran con esa plata, nada de cobrarles impuestos.
Es como si yo aprovechara que en mi barrio vive una ladrona, y pidiera a la gente que me de su dinero, porque no soy la ladrona. ¡Ridículo!
Esto mismo sucede, aunque algo peor, dentro del periodismo. Miles de periodistas del mundo, desde que el periodismo existe como tal y seguramente desde antes, venimos sosteniendo la necesidad de un periodismo diferente, de medios de comunicación social que sean medios para la comunicación de la sociedad y no parte de la aparatología del poder un poder que vive del loop que generan esas empresas en connivencia con el poder, que es el que les garantiza los fondos y la legalidad de su desempeño.
Como parte fundamental del periodismo -y el negocio del que se tratan los medios- se basa en la credibilidad y esa credibilidad no puede conseguirse si los medios mienten o tergiversan la información, entonces uno de los requerimientos del oficio es la ‘objetividad’, algo que resulta imposible de lograr si la periodista que pretende ser objetiva tiene o tuvo vida, en algún momento de su existencia. Si no vivió y está muerta, tiene muchas chances de ser objetiva, siempre que haya llegado a muerta sin haber pasado por la vida. Porque vivir genera posturas, y esas posturas borran toda posibilidad de objetividad. De ahí en más, todo es subjetivo.
El concepto de periodismo militante viene de muy larga data. Y así como lo hizo con la ley de medios, el kirchnerismo se lo apropió y lo referenció como una de sus prácticas. Sus militantes también, y el aparato de propaganda del concepto fue tan grande que se instituyó que periodismo militante, es el periodismo kirchnersta. Otro ridículo, que además invisibiliza los planteos basales del concepto mismo de periodismo militante.
Al periodismo militante de los últimos 12 años se le achaca no haber sido objetivo, pero -especulo- esto no se da por la vocación de blandear la información para que resulte conveniente a la gestión de turno (que es algo tradicional en el periodismo), sino porque el concepto mismo de periodismo militante atenta contra el loop anterior: si nadie cree en un medio, ese medio no puede especular con el poder, no tiene respaldo. Muchas de quienes criticaron y critican al periodismo militante, son quienes se ven atacadas por utilizar su propia subjetividad en favor de sus intereses y/o de sus patronas. Desconocer o negar la subjetividad del periodismo, es en sí una mentira y las mentiras son un acto subjetivo. Reconocerla, obliga a las periodistas a no mentir y ser honestas, y eso puede resultar éticamente interesante, pero afecta las ventas y el poder de impacto de un medio, por lo que aquí entra en juego otro factor: el negocio de los medios, contra lo que termina atentando, por la misma lógica ancestral con la que se sostiene que el periodismo y las periodistas (pero no los medios) deben ser objetivas.
Conte y Figueroa, defenestraban en la entrevista al periodismo militante por ser eminentemente subjetivo (Conte y Figueroa, al parecer, son un par de estatuas ya que emitían una opinión, algo totalmente subjetivo y prohibido a las periodistas, así como su compromiso político). No sólo ellas, también un montón de gente a la que quiero y respeto. Me parece que si alguien cree que no debe existir, está en su derecho de opinarlo. Ello no significa que porque a Conte y Figueroa -o al mundo entero- se le ocurra que esto debe ser así, deba serlo en los hechos, porque atenta directamente contra la libertad, especialmente contra la de expresión (que es la defensa de la subjetividad, individual y colectiva en sí). En esto hacemos una diferencia: No he escuchado a Conte, que es empleada de una empresa privada multinacional, decir que el periodismo con compromiso político no debe existir. A Figueroa, que es empleada del estado y referente de las fuerzas reaccionarias, sí.
Lo que transforma en militante al periodismo -y tanto atenta contra la libertad de expresión de las empresas, lo que marca el pulso del síndrome de estocolmo con que las defendemos- es su compromiso con las consecuencias de sus actos, no la ideología de las periodistas ni los medios de comunicación. Creo que a ninguna persona deja de resultarle obvia la intención de periodistas y medios de comunicación de instituir a Macri y todo lo que significa su institución. Y no es el republicanismo lo que las mueve. Algunas dirán que eso es así porque el estado les paga y seguramente tengan un margen de razón, pero la razón fundamental de que medios como el que dirige Conte tengan un compromiso con la gestión de Macri es que están de acuerdo con ella, la quieren. Son el periodismo militante que niega su militancia para poder sostener su postura como ‘natural’.
No vamos a pararnos en la vereda también maniquea -pero fundamentalmente gorila- que sostiene que la gente piensa como piensa porque los medios le indican qué pensar. Eso es lisa y llanamente negarle a una persona su derecho a opinar, nada más fascista. Pero los medios sí controlamos en qué fijan la atención las personas que nos siguen y eso no puede dejar de resaltarse, porque nos habla de la particularidad de lo que se hace. Bueno, es una de las razones por las que existe la pauta oficial (eso y el republicanismo).
Vivir no es gratis, por lo que no cuestionamos que emprendimientos comunicacionales tengan un perfil económico, sea del tamaño que sea. Sí cuestionamos que las empresas periodísticas obtengan sus beneficios de cobrar por callar o cobrar por decir. Cuando los ingresos tienen esos orígenes y condiciones, lo que se negocia es el público (algo muy similar a lo que hace Google cuando vende la identidad de las personas). Negocia que ‘su’ público no conozca una determinada información o bien lo haga con un prisma que logre que el público en cuestión tienda a considerar de una determinada manera un asunto en particular (bien, mal, más o menos, etc.).
Un periodismo militante tiene como destinataria a sus lectoras, oyentes, televidentes y demás. A la sociedad en general, a la comunidad a la que se dirige y al pueblo del que forma parte. Lo que no significa que el periodismo militante deba ser periodismo popular, comunitario, contrainformativo ni similar. Un periodismo militante le habla a la gente, que es la razón de su existencia. Una empresa periodística, en cambio, le habla al poder, que es la razón de sus ingresos.
Aquí intentamos construir un espacio para la sociedad que queremos. Por un periodismo responsable de sus actos, por medios que no vendan a las lectoras. Por eso se pelea aquí. Lo demás, es cháchara.
¡Happy Hacking!