El genocidio invisible que todas presenciamos

tanque palestina

Hoy, al ver cómo Palestina es borrada del mapa ante nuestra más infame inoperancia me pregunto ¿por qué lo humano nos es indiferente? ¿Por qué no nos duelen a nosotras las heridas de las niñas en Gaza? Y las palabras que resuenan en mis oídos son las de una madre que decía “hoy nadie puede decir que no sabía lo que paso durante el Proceso…”.

Y esa es la realidad: nadie puede vivir en un mundo donde el asesinato y decir que no se vio, ni supo nada son norma. Hobsbawm en su libro del siglo XX empieza con pequeñas citas de grandes protagonistas del siglo y vemos que reflejan este “no ver” humano de su autoexterminio.

Vivir durante el nazismo y no ver el exterminio, el olor a carne quemada que traía el humo de las chimeneas en los campos como Treblinka o Auschwitz. Todo fue sorpresa al terminar la guerra.

El horror de los genocidios de Hiroshima y Nagazaki fue ocultado por los horrores del exterminio nazi. Después también se sumaron los horrores de una Argelia violada por los “parrachustes” (paracaidistas franceses); las masacres de las dictaduras setentistas en la América latina y la Indochina independentista. Todo fue tapado con una palabra que pobló los miedos de la sociedad: COMUNISMO.

Era mayor el terror a una sociedad gobernada por burócratas obreristas, que por militares y dictadores.

Susan Sontag analiza el efecto de la fotografía y denuncia que su función es asimilar lo que muestra, como una pieza del gran rompecabezas informativo; pero que la impronta de sucesión de la fotografía la vacía de significado. Esa impronta que pobló la comunicación hasta la aparición masiva de la TV en los setenta se vio magnificada a partir de una sucesión de imágenes permanentes que nos mostraban a Mancera, las imágenes del spot informativo de soldadas yankis dándole chocolates a las niñas vietnamitas y las mujeres nerviosas que gritaban en los recintos por la crisis de los misiles en Cuba. Aún esa manipulación era tenue, pero ya era una manipulación adulta, con la experiencia de siglos de manipulación del discurso. Aún mucho más en el tiempo del “Príncipe” de Maquiavelo.

Se construyó la imagen de la “judía” como perseguida desde la religión y la política. Las dos maquinarias de manipulación de la conciencia más aceitada. Y entiéndase que estoy analizando usos de la tecnología; no niego la persecución de la judía como raza semita desde el Bajo Imperio Egipcio hasta pasada la Edad Media; ni tampoco el montaje realizado desde finales del siglo XIX con el mito de los Protocolos de Sión hasta el nazismo para su exterminio. Todo eso sucedió, incluso hoy día sabemos que grandes fortunas de origen sionista sostuvieron el ascenso de Hitler al poder.

Porque justamente el gran velo que oculta la verdad está tejido con esos conceptos que cruzan nuestra identidad como nación, patria, heroísmo, Ley, Diosa, etc. Todo esos conceptos nos hacen construir la historia como el conflicto de las naciones, las guerras de expansión (y la de Israel es de las más largas y efectivas) y la lucha de los pueblos por su territorio; cuando en realidad la historia es una construcción del poder, por lo que como dice Litto Nebbia “…hay otra historia”.

Esa otra historia es la de la oprimida rebelándose contra su opresora, más allá de las identidades nacionales, más allá de las pertenencias de fe. La historia, la verdadera historia; es la que nos descubre a todas las humanas como partes de una misma comunidad en pelea constante a un poder que quiere dominarlo todo.

El problema es que esa incapacidad de sentir como propia la lucha de la judía ante el nazismo, le facilitó a Eichmann el exterminio de seis millones de judías; antes había facilitado el genocidio de dos millones de Armenias por el Gobierno de las Jóvenes Turcas de Emil Enver, o el genocidio del 15% de la población Argelina por la Ocupación Francesa; en Argentina tuvimos la triste experiencia del “Algo habrán hecho” que nos legó la desaparición de 30000 personas durante la dictadura. En Palestina el número del genocidio Palestino no puede establecerse, hay miles de palestinas asesinadas por colonas israelíes de la misma forma que las ocupantes de tierras agrícolas matan a las campesinas americanas y millones asesinadas por las fuerzas de ocupación durante los casi setenta años que lleva la ocupación.

No es la primera vez que se asume la legalidad del exterminio a favor de la opresora y la ilegalidad de la resistencia de la oprimida; recientemente, durante la guerra de Afganistan tuvimos oportunidad de negar la posibilidad de juzgar los crímenes cometidos por las fuerzas de ocupación estadounidense, con la excusa del terrorismo talibán. Hoy Israel se escuda tras los ataques de Hamas, para instrumentar la etapa final del exterminio palestina.
Esto queda plenamente demostrado cuando una de sus funcionarias llama no solo a matar a las resistentes que ella llama “terroristas”; sino también a sus madres.
Esta guerra se detendría con bastante facilidad si realmente se quisiera detenerla. Si los sindicatos llamaran globalmente a una huelga general; si las jugadoras de fútbol se hubiesen negado a disputar los cuartos, semifinales y final hasta que Israel detuviese su exterminio, si los gobiernos “progresistas” rompieran las relaciones políticas y comerciales con Israel y sus socias.
Esta no es una guerra.
Esto es un asesinato.
Las guerras se pelean entre ejércitos, entre países fuertemente armados, solo entonces el montaje funciona.
Aquí sólo se trata de exterminio del pueblo árabe palestino por sus recursos. Y cuando estos se acaben ¿Quién será exterminado?

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