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Tiranía, publicidad y derechos: la necesidad de regular las redes

Como hemos dicho antes, las empresas periodísticas viven ante las redes (sociales o antisociales) e Internet lo que las discográficas ante el MP3: su esquema de negocios está obsoleto, carecen de credibilidad y sus formas de obtener ingresos están llevándolas a la ruina. Las empresas periodísticas en Argentina -contrario a lo que nos muestran medios y gobernantes- han venido basando sus ganancias no en la pauta publicitaria privada sino en la oficial, pero sistemas de multinacionales como AdSense o Facebook Ads terminan compitiendo de una forma más conveniente para el estado que la que utilizan estas empresas. Lo que está en crisis es la forma de negociar: las multinacionales no extorsionan con titular en negativo, ni siquiera les interesa, sino que en su cinismo ofrecen un producto que puede ser mesurado (tanto en información como en lo económico), cosa que en empresas periodísticas no. Los anuncios basados en preferencias venden información obtenida a través de técnicas espionaje, permiten direccionar los mensajes, segmentar el público geográficamente, a nivel socioeconómico, etário (entre otras posibilidades) y no tienen ninguna tapa en negativo como forma de aumentar el pautado. Ellas venden lectoras, no venden aquello sobre lo que piensan las lectoras.

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Un modelo de negocios espurio en declive ¿augura un futuro mejor?

La respuesta es simple y horrenda: no. El declive se produce ante un esquema aun peor y sobre el que el estado no puede poner condiciones. Las redes antisociales están gobernadas por las empresas que las poseen y no pueden ser reguladas por el estado en sus contenidos, al menos hasta el momento (y sobre todo en países con gobiernos como el argentino). Responden a intereses de corporaciones de alcance mucho más profundo que el de una empresa periodística (su negocio no es decir o callar, sino el público, porque su esquema es comercializar personas), por lo que si esto se profundiza, no puede augurarse un futuro mejor que el que tenemos en la actualidad. Si bien la caída del esquema de negocios de las empresas periodísticas es algo positivo, su reemplazo por uno en que no se venden públicos sino personas es más preocupante, más teniendo en cuenta la incapacidad actual de un estado para regular lo que sucede al interior de una red, cosa que además pondría en juego la libertad de expresión no de las empresas periodísticas o las personas que en ellas escriben sino de las ciudadanas, por lo que plantearía intensos y muy ricos debates entorno del tema en caso de que los estados tomaran una decisión contundente hacia avanzar en la regulación del poder de las corporaciones sobre las personas, situación que no se advierte posible ante un esquema que favorece la penetración y la desinformación que resulta por demás conveniente a los gobiernos antipopulares.

Las empresas periodísticas no cuentan con ese tipo de herramientas ni ese know how, por lo que aunque se propusieran espiar a sus lectoras a nivel del tuétano, no lograrían la misma precisión que las multinacionales, ni siquiera a nivel estructura. Doscientos millones de visitas diarias, no son nada ante 800 millones de usuarias únicas, y el primer número es uno que no puede alcanzar ningún medio del globo. Sumado a esto, serían tratadas como proveedoras de información y no como mediadoras indispensables en la relación de un gobierno y sus medios, deberían aumentar sus impresiones (que están vinculadas a la cantidad de visitas y a su propia credibilidad) y bajar costos a niveles exorbitantes (pautar en redes antisociales es un 800% más barato -por lo menos- que hacerlo en empresas periodísticas, y está garantizado el alcance, cosa que no sucede con las segundas).

Paralelo a esto, las empresas periodísticas no sólo han perdido dinero, además están perdiendo credibilidad, producto de una escalada desenfrenada de vender la mejor o la peor noticia y la conciencia social cada vez mayor de que detrás de un contenido publicado en una empresa periodística, hay una intencionalidad política que toma por rehén a las lectoras. Esa conciencia ha favorecido a medios autogestivos como el que estás leyendo, que no han parado de crecer en los últimos 15 años producto de su honestidad y transparencia: nadie sospecha qué hay ‘detrás’ de lo que hacemos, porque no se pone nada ‘detrás’ de una noticia sino que, por el contrario se explicitan las posiciones y nuestros contenidos apuntan a la gente que nos lee, le escribimos a nuestras lectoras y no hablamos al poder tomándolo como rehén. Tampoco las vendemos ni vendemos su identidad: nuestros ingresos provienen de la conciencia de nuestras lectoras y su voluntad por financiar la existencia de espacios como este. Aunque estamos en una etapa de crecimiento, este esquema de financiamiento comunitario, ético y consciente es todavía incipiente. Financiar medios autogestivos activamente significa abandonar la testimonialidad de una donación económica pensando que con eso alcanza. Necesitamos tus ingresos, pero también tu lectura y eso sólo puede hacerse de forma consciente y coherente. Si no, nada cambia.

Volviendo a la dualidad redes/empresas periodísticas, la combinación de pérdida de credibilidad y disminución de pauta oficial, conlleva una importante baja en las visitas que generan las impresiones que permiten obtener ingresos a las empresas periodísticas. El shock que produjeron en el mercado publicitario, y la ignorancia que estas empresas han demostrado tener respecto de Internet -sumada a la forma en que desprecian a quienes las leen- está resultando mortal. No pudieron competir y decidieron unírseles, pero esto no genera un beneficio: cada click en un medio que utiliza AdSense genera que esa persona abandone el sitio, por lo que ganan dinero pero pierden público, y el beneficio que obtienen es mayor. Los ingresos generados por sistemas de impresiones (y no por costo por click, como el caso anterior) pueden ser rentables para emprendimientos de menor envergadura, pero son verdaderamente magros para estructuras como las que deben sostener estas empresas. Podés ganar 15.000 dólares al mes con un blog con cientos de miles de visitas diarias, pero con eso no se pagan 100 sueldos.

Algunas empresas decidieron crear su propio sistema publicitario con servidores de Ads personalizados propios y comercializar en conjunto (su propio AdSense), lo que si se orienta al mercado publicitario privado genera un aumento en sus beneficios pero no las saca del pozo de haber montado su negocio principal en extorsionar a un estado que ya no las necesita, que está interesado en un público que además ya no tienen. Este cócktel produce que las empresas periodísticas intenten recuperar el público que les ‘quitaron’ las redes, pero las redes están hechas para concentrar las audiencias, por lo que cada medio que busca aumentar sus visitas obteniendo tráfico de redes, termina tomándolas como proveedoras de tráfico, por lo que en realidad aumentan sus costos para obtener público, lo que hace que gasten más y pierdan audiencias genuinas. Así, diarios digitales tradicionales dependen hasta en un 80% de las redes para obtener las visitas que les permiten negociar con el estado en peores condiciones que las que tendrían si las redes no existieran. Sí, les ‘robaron’ el negocio. En realidad ya no pueden ejercer de tiranas producto de que perdieron su condición de intermediarias con el poder. Si diarios como UNO Digital pierden su Fanpage, probablemente sus visitas caigan al 10% de lo que habitualmente tienen.

Las empresas periodísticas son conscientes de esta crisis, pero enemigas de migrar a esquemas éticos, porque aunque comprenden el concepto, ante la disyuntiva de ganar credibilidad o dinero prefieren lo segundo, están constantemente pegándose un tiro en los pies. Esto las está llevando a buscar el público que les permite vender, pero para eso tienen que negociar con quienes ocuparon su lugar, que tienen su negocio montado en el público y no en el estado, y no les permiten obtener tráfico genuino. Por esto, cada vez más diarios comerciales publican sus contenidos directamente en las redes con el objetivo de monetizarlos de alguna manera y obtener las visitas de lectoras, que ni les creen ni se interesan en sus contenidos, por lo que aunque suman tráfico, es un público que no abandona la red y mayormente lee titulares sin acceder a los contenidos, una conducta que ha sido alentada desde las propias empresas periodísticas. Otro tiro en los pies.

La presión de las corporaciones mediáticas sobre las redes antisociales se ha transformado en un negocio para las segundas. Recientemente el New York Times -que tiene un esquema de suscripciones, un modelo más compatible con el modelo de las redes- informó que The Wall Street Journal se encuentra en negociaciones con Facebook para comenzar a pagar por contenidos directamente en las redes. Para esto Facebook está trabajando en una herramienta que se agregará a Facebook Instant Articles y permitirá a estas empresas postear notas para que sean consumidas directamente en las redes. Un paso más en la monetización de artículos, un paso más en el declive del público de las empresas periodísticas: si esto se profundiza -junto al concepto de transmedia- plataformas de contenidos como las actuales serán las mediadoras para alcanzar a los medios y estos no tendrán público propio. Así como Google se prometió -y logró- transformarse en la puerta de ingreso a la web de superficie, Facebook avanza hacia ser una plataforma de consumo y distribución de contenidos, un esquema de negocios que además es compatible y puede coexistir sin competir con el de Google, que parece tener un acuerdo de repartición del mundo occidental con la red de Zuckerberg y cumplirlo a rajatabla.

¿A quién salvamos?

A ninguna de las de más arriba: es momento de empoderar a las sociedades, avanzando en la regulación de los derechos de las personas para lograr desaparecer este esquema en el que las poderosas obtienen sus ganancias de vendernos, espiarnos o manipularnos.

Es necesario regular empresas como Google, que brindan servicios públicos de magnitud, alcances y penetración tan profundos que incluso todavía no han llegado a estudiarse. La presión hacia eso, como en otras causas como la lucha contra la megaminería contaminante, la diversidad o contra la trata de personas, sólo puede ser social y contra la conveniencia de las gobernantes, que se ven obligadas a abandonar momentáneamente su rol de representantes y asumir uno de mandatarias, haciendo caso a exigencias sociales que ya no pueden desconocer, aunque por el momento se trata de triunfos populares arrancados a los gobiernos, que caen en el saco roto de la falta de financiamiento y se tornan hasta cierto punto testimoniales, porque si el estado que avanza en derecho positivo, no destina las herramientas para que su cumplimiento sea efectivo, son derechos que no pueden ejercerse y en consecuencia no existen. Y en esto se sirve del hecho de que quienes gobiernan tienen derecho a no hacer caso a las gobernadas, un sistema representativo y no participativo significa ceder la soberanía en las manos de unas pocas. La propiedad no es la columna vertebral del capitalismo: es el sistema representativo.

Si hablamos de información en sociedades atomizadas como las que tenemos, hablamos de la forma en que sabemos qué le sucede a la gente que vive en nuestro propio barrio. En momentos de transición como el actual, nos encontramos ante gigantes débiles y podemos comenzar a torcerles el brazo. Para lograr este triunfo, por el momento contamos con un magro arsenal de conciencia, pero contamos con la ventaja con que basta que su credibilidad caiga del todo para desempoderarlas por completo. Dependen de cada una de nosotras y no de nosotras como masa. La solución ante este conflicto de la democracia y la libertad que plantea esta situación del avance digital desregulado por sobre una sociedad, es justamente analógica: basta con que nuestra actitud sea lo suficientemente comprometida como para dejar de utilizar redes y consumir contenidos envenenados por las empresas periodísticas, que son las que permiten a estos gobiernos sostener esta falsa situación de calma, paradójicamente, un loop en el que socialmente nos disparamos en los pies.

¿Querés que Google y Facebook caigan? Instalá AdBlockPlus y Google no va a poder vender tu identidad. Con eso basta. Miles de chinas saltando en el mismo lugar y al mismo momento.

¿Querés que las empresas periodísticas caigan? No consumas medios que no querés que existan, porque el hecho de que no pagues por algo en internet, no significa que esto sea gratis: no sos una lectora, sos un producto que está siendo vendido.

No financiar con nuestra existencia a estas corporaciones que lucran con las libertades que nos faltan, es el camino más corto a ponerlas en crisis. Se hace de a una, y aunque hoy resulte hasta romántico este paso hacia una conducta comprometida con las demás, basta con que cada una decida no favorecerlas para que dejen de existir. Estas empresas no tienen ética: si el comunismo les redunda en un beneficio, serán comunistas.

Si las sociedades se organizan bajo la pauta de no beneficiar nada que no queremos que exista (y entendemos que en sociedades de consumo el ejercicio de nuestros derechos se da al momento de consumir), somos nosotras las que tenemos el poder. En ese sentido, resulta crucial no sólo la toma de conciencia, sino además el ejercicio cotidiano de estas micro-formas de presión social, no menospreciando nuestros derechos ante el maniqueísmo conservador que nos plantea que lo urgente y lo necesario son cosas distintas. Una sociedad sin hambre ni explotación, no es posible si no es una sociedad igualitaria ni equitativa, de la misma forma en una sociedad no puede ser mejor ni más justa si no es feminista. Pensar que podemos ponderar una lucha a la otra y ceder en los ‘micro’ derechos (como los vinculados al consumo) o encarando la solución de lo atroz ante lo injusto, es construir y afianzar una sociedad en la que seguimos siendo oprimidas, aunque menos. No existe un avance gradual hacia eso, cuando las poderosas que sostienen el mango de esta sartén son las que detentan las herramientas con que contamos para modificar nuestra realidad actual.

El barco se hunde, no salvemos el barco.

¡Happy Hacking!

 

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