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Anuncian la muerte de la muerte y el fin del final

Más de una vez al mes, y eso es realmente vergonzoso, se anuncia la muerte de una tecnología. Bah, no, se anuncia la muerte de un determinado producto, por lo general vinculado al universo tecnológico, que ante la aparición de otro más nuevo, supuestamente perderá vigencia y en consecuencia andará vagando entre estanterías, entre lágrimas y en total soledad.

Ayer quien fundó Netflix anunció que “en 30 años la TV tradicional habrá acabado”, sumándose a la futurología berreta de llevar agua para su molino. Ojo, aquí hemos anunciado el final de Window$, y lo sostenemos, pero no por ninguna aparición, se cae de maduro que ese sistema no va para atrás ni para adelante, cosa que llevará indefectiblemente a que sea discontinuado, seguramente cuando eso suceda, se anuncie un reemplazo, junto a un “rediseño total”, por esas cosas de que la multinacional que lo produce puede perder miles de millones de dólares si cierra, y por ahí a nadie le gusta ni gustaría perder miles de millones de dólares. A lo sumo se los puede lavar en la fundación que hemos armado para lavar dinero, y de esa manera sacarlos del espectro y arco del control estatal nacional e internacional donando el 99% de nuestras acciones.

El problema es que cada vez que alguien anuncia la muerte de un determinado producto, en realidad está anunciando la aparición del propio y asociándolo directamente con la idea de que es un “mejor” producto, sólo por ser más nuevo. Lo cierto es que es uno como cualquier otro, sólo que nos da plata a nosotras mismas, y eso hace que sea “mejor” producto que cualquier otro, porque los otros productos no nos dan plata. Es lógico que sean peores productos.

383619 285148444861264 100000983329731 803884 964167222 nNo logro encontrar la cita, pero alguna vez Stephen King fue muy claro con una metáfora: el cine y la tv aniquilaron los libros tanto como las escaleras mecánicas a las escaleras tradicionales. Desde que lo leí, y ahora muero por el enlace perdido (¡socórreme Fabio Baccaglioni, oh ser supremo de los enlaces!) me resulta un gran ejemplo para explicar por qué los soportes digitales no significan el fin de la cultura sino el de la obtención de dinero de formas antiéticas y autoritarias, sobre las que se asientan actualmente los andamiajes comerciales autoritarios y prohibicionistas contra los que atenta la cultura de compartir.

Cada vez que aparece algo nuevo, debe combatir primero con la ignorancia general (una de las implicancias de la novedad: nadie sabe qué es, para qué sirve, ni si está bien el precio), luego con la competencia directa o indirecta que pueda tener (gente que echará mano de la industria del juicio para obtener su tajada o impedir que otra la obtenga), luego de instituirse un poco recibirá ataques un tanto mesiánicos (como el de que compartiendo cultura compartís comunismo) u horrendamente mesiánicos (como que no habrá más música si compartís cultura), y luego de toda clase de intentona golpista, conservadora, comercialmente corrosiva, demandas, gente que encuentra formas de obtener dinero con nuestro producto o servicio antes que nosotras mismas, y cuanta cosa se te ocurra, salís vos a decir que sepultaste a la tecnología anterior.

Bueno, no, no es así. Las tecnologías pueden convivir perfectamente. Ahí están el durlock y los ladrillos de muestra: ante usos distintos, tecnologías diferentes coexisten, ante mismos usos, supervive la más eficiente (y no la más barata), la que de más satisfacciones a las usuarias. En casos como este, se busca desalentar a las usuarias para que dejen un producto y vayan a otro. ¿Por qué? Para ganar más plata. Esta práctica por lo general es propiciada por las mismas empresas, que retiran un producto del mercado y colocan otro “mejor” en su lugar en calidad de sucesor, algo que muchas veces significa que sólo cambiaron un par de estampillas y calcomanías, y ahora sale un 70% más.

Esa realidad que te marca que no pueden convivir los libros y Amazon, el MP3 y Spotify, o el DVD y Netflix, responde a un pedido concreto del mercado: vender más, sacarte más plata, ganar más dinero o algo peor todavía: no ganar un sólo peso, pero sí concentrar poder para asfixiar luego a nuestras competidoras, copar el mercado y no ganar plata, sino ganar TODA la plata. Y ahí, justo en ese momento, es cuando alguien sentencia la muerte del producto al que acaba de ganar.

Señoras de Netflix: la televisión ya cambió, su empresa es producto de ese mismo cambio y su éxito se basa en haber invertido en algo que ya estábamos haciendo las usuarias, sólo que chupando las medias al mercado, cosa de que las corporaciones internacionales ganen dinero y no digan que su trabajo es ilegal, porque si no hacés que las millonarias sigan siéndolo, entonces terminás juzgada en calidad de pirata o sentenciada por tener intenciones de compartir cultura. Netflix es el resultado del accionar de alguien que cuando se muera, (por su propia acción) va a dejar un mundo peor que el que había cuando nació. No, Netflix no es la razón de la pobreza y el hambre mundial, pero sí lo es del esquema que está llevando nuevamente a que las personas dejen de compartir, a poner nuevamente arriba a las industrian que basan sus esquemas en prohibiciones. Es responsable de que estemos un poco más lejos de la igualdad, de la sostenibilidad cultural, de esquemas menos autoritarios para las sociedades.

Aquí nadie teme pagar, de hecho ya lo hacemos, aquí se pretende impulsar que la gente comparta, que se sumerja en la solidaridad, en la reciprocidad, que se atreva a desafiar reglas. Eso sí, aquí tememos. Y lo que más tememos, es que cuando logremos un mundo mejor, alguna imbécil anuncie el fin de la sociedad, porque creamos una “mejor” que indefectiblemente reemplazará y enterrará la sociedad anterior, vetusta, arcaica, que ya ha sido superada.

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¡Happy Hacking!

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