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Empresas que “democratizan” la palabra

Hace un tiempo ciertos medios publicaron que “Nokia, Motorola, i-Phone, Samsung y BlackBerry” son los que “más” democratizan la palabra. ¿Quiénes “somos” Internet?

Es curioso cómo, a partir de conceptos antipopulares de nutrida ignorancia (si cabe el término), aparecen algunas destapadoras de ollas a descubrir el agujero del mate. Larga la frase, ¿no?

Esta nota surge de algo que vemos todo el tiempo: alguien desconoce un concepto y lo mal utiliza para generalizarlo en forma de “verdad”. Se trata de un doble error: alguien cree que sabe y además cree que la “verdad” existe, que colabora con generar un tercer error: piensa que ha dicho algo tan importante como para que otra persona lo lea, escuche o vea.

Quienes trabajamos en medios cometemos este último error todo el tiempo. Sobre todo quienes nos incluimos dentro de nuestro relato. Pero con el ánimo de sugerirte algunas ópticas desde las que encarar algunas discusiones te invito a leer lo que sigue, advirtiéndote antes que parto de un equívoco y que toda esta nota lo será, al igual que lo que escribimos todos los días en este espacio.

Equívoco: Un equívoco es una expresión o situación que puede entenderse según varias significaciones o sentidos. Por lo que es la oyente o intérprete quien otorga la forma de interpretación del contenido. (Wikipedia)

twitter periodismoHace un tiempo publicó Los Andes, diario que viene vendiendo noticias desde hace 130 años, una nota de diario La Nación -que no sólo no se queda atrás, sino que es líder en venta de contenidos- que plantea algo bastante mediocre: no es la ley de medios la que permite la pluralidad de voces, sino las empresas fabricantes de teléfonos. La tesis central de la nota sostiene: “¿quién democratizó más la palabra? ¿La Ley de Medios o Nokia, Motorola, i-Phone, Samsung y BlackBerry?”. No extraña que Los Andes y La Nación le den lugar a algo tan mediocre con tal de desprestigiar un gobierno que se les ha mostrado como enemigo. Lo que extraña sobremanera es que alguien crea que empresas fabricantes de electrodomésticos hayan democratizado la palabra, y peor, que lo importante es quién la democratizó “más”.

Según La Nación y Los Andes,  “si el vídeo colgado por una persona de bajísimos recursos es impactante, puede provocar el mismo escándalo que el informe que programó la gerente de un multimedios”. La frase se nutre, me parece, de una máxima de las empresas periodísticas: sexo, sangre y sadismo, las famosas tres “S” con que muchas redacciones definen sus contenidos. Persona de bajísimos recursos, escándalo, gerentes, multimedios. Linda combinación para pensar en la democratización de la palabra, seguramente, cuando pensamos en democracia y en libertad de expresión, en pluralidad de voces, pensamos en escándalos, gerentes y multimedios.

Si bien es cierto que el kirchnerismo se dedicó a cooptar a muchas de las organizaciones sociales, medios comunitarios, alternativos, autogestivos, contrainformativos e independientes, y que presentó la ley de servicios de comunicación audiovisual como un proyecto propio, esta ley y sus contenidos son producto de largas discusiones sostenidas desde distintos ámbitos desde hacía ya varios años y no producto del accionar del gobierno de turno.

Muchos defendimos la ley de servicios de comunicación audiovisual porque, por ejemplo, sin una ley nueva, comunicar sin fines de lucro era ilegal, porque el espectro radiofónico estaba (está) copado por medios que entienden la comunicación y la información como un valor bursátil, que piensan en las noticias y la información como algo que se coloca entre tanda y tanda, que son grandes propaladoras de ideas venidas desde el poder establecido y que van generando un ideario social que con el tiempo y la repetición se torna invisible, para transformarse en algo inapelable: la “verdad”. Esta condición mercantil de los medios y la realidad de que el espectro tiene un máximo de frecuencias utilizables sumado a la inacción o complicidad de gobiernos y estado, no dejaban (dejan) lugar a otras formas de comunicar.

OLas empresas, de cualquier tipo, tienen por objetivo obtener ganancias, y en el orden de la realidad que tenemos esto no es cuestionable -lo cuestionable es el orden general, que permite estas cosas- aunque a las empresas cuyo negocio es vender noticias a auspiciantes y/o a la población le caben responsabilidades diferentes que a las demás. Es lógico que una empresa intente ganar dinero, por que ése es su objetivo, si de medios hablamos no puede pasar inadvertido el costado ético, aunque, dicen nuestras leyes, lo moral está libre de lo legal. Todo lo que suceda producto del accionar de los medios tradicionales y que no tenga que ver con beneficios económicos pasa a un segundo plano y mayormente es producto del azar y no de un afán filantrópico. Esto se da en situaciones de lo más variadas, como por ejemplo el hecho de que muchas empresas periodísticas crean fundaciones y levantan discursos “solidarios” como una forma de encubrir los beneficios impositivos que reciben -y las manganetas que se pueden hacer a partir de ellos- producto de estas acciones.

Ninguna de las empresas que La Nación y Los Andes presentan como democratizadoras de la palabra tienen que ver ni con la democracia ni con la palabra (entendida como lo pretende la frase publicada por esos diarios). Son empresas de electrodomésticos. Bien podrían haber dicho que Gutemberg, Graham Bell, Guglielmo Marconi y muchos otros son padres de la democracia, en ese tren de pensamiento lo mismo cabe a los grupos propietarios del acceso a Internet en el país.

En todo este debate entorno de lo que sucederá con la desinversión (como si no se supiera qué son las testaferros), han olvidado, como es habitual -y por eso decía más arriba que estos conceptos tienen raigambre antipopular- a las únicos fundamentales en los medios: las personas que los leen, escuchan o miran, a la sociedad. Un medio sin público es un absurdo. Y, Ud. disculpe, pero no es un olvido involuntario. La sociedad no es contemplada desde muchas empresas periodísticas como tal. Se habla de público y targets. Esos conceptos tienen una destinataria: las auspiciantes. El periodismo tradicional y las empresas periodísticas no le hablan a la gente, le hablan al poder, especulando con que “su” público tendrá una determinada opinión producto de las comunicaciones que estos viertan y es de esto de lo que pretenden que el poder (del que además son parte) se amedrente.

El cuarto poder, como defensor del pueblo ante un estado tirano, no existe. Sí existe un cuarto poder, pero es uno que cuenta con sus propios intereses.

Plantear que empresas como Nokia, Motorola, i-Phone, Samsung y BalckBerry son responsables de que una “persona de bajísimos recursos” pueda masificar una denuncia es no sólo rayano del fascismo, es de una supina ignorancia. ¿Has visto alguna indigente twiteando o navegando en Youtube?

Contestará la lectora: “bueno, pero sí es cierto que los smartphones posibilitan compartir una gran cantidad de material de manera instantánea a través de las redes sociales” cierto, pero no nos olvidemos de que la sociedad es la que los usa, además, está el detalle de que un porcentaje reducido de la población tiene un smartphone. Es la sociedad y su ánimo de mejora constante, su latente o activa rebeldía, su derecho a un mejor presente, la que utiliza las tecnologías para comunicarse, no son los teléfonos los que utilizan a la sociedad para que denuncien los abusos a los que se la somete.

Contestará la lectora, tal vez: “¿pero y las marchas y movilizaciones que se gestan en las redes sociales?”, a lo que contesto: la gente que usa esas redes sociales para comunicarse, está fuera de ellas. Por otra parte, la gran mayoría de estas marchas y protestas se originan no en la autoconvocatoria sino entre la maquinaria de algún poder interesado en los efectos políticos de estas movilizaciones. Dicen “la gente” y “las redes sociales”, pero se trata del aparato de campaña de algún partido que, de adjudicarse la convocatoria, generaría que esta se disuelva.

Detrás de la pantalla y de las redes sociales, hay personas, ¿lo habían notado? Son los derechos de estas personas los que mencionamos cuando decimos “democratizar la palabra”. Son estas mismas personas las actoras y responsables de los avances, históricos y coyunturales, que vamos viviendo. Los derechos del pueblo no son ni pueden ser una dádiva de las gobernantes, mucho menos producto del hacer de las empresas tradicionales, que más que dedicarse a generar beneficios y avances en materia de derechos, se han especializado en lo contrario. El único sujeto en estas luchas, es la sociedad. Ni partidos ni gobiernos pueden jactarse de los triunfos obtenidos por la lucha de las bases. No pretendo negar que gobiernos y partidos sí trabajan por causas justas, aunque por desgracia, cuando un partido o un determinado poder se suma a una lucha, por lo general puede dudarse de los motivos con lo que lo hace. Sí pretendo remarcar que sin una sociedad detrás de las luchas, no existe ni legitimidad ni las luchas mismas, que son llevadas adelante por las sociedades, canalizadas a través de distintas herramientas como redes sociales, Internet, o partidos políticos y gobiernos.

Internet es un arma poderosísima de transformación, es un caos indetenible e instantáneo, es la posibilidad de la subversión pacífica, de la pluralidad y la pluralidad misma, es una de las formas más accesibles y viables de generar masividad, pero lo que la transforma en todo eso no son los cables que la componen ni los aparatos necesarios para su acceso sino las personas que la utilizan. Son éstas las imparables, caóticas y poderosísimas. Hoy con una herramienta capaz de lograr mayor velocidad que la más ágil de las redacciones o el más representativo de los partidos políticos.

Falta todavía, que redacciones, dueñas, periodistas, estados, funcionarias y demás actrices de espacios dominantes, comprendamos que no son Nokia, Motorola, iPhone, Samsung ni BlackBerry los protagonistas de nuestro quehacer cotidiano.

O que al menos… no deberían serlo.

¡Happy Hacking!

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